La última vez que Ana María vio una furgoneta en las ruinas de la fábrica de Campocarne decidió andar el sendero. -¿Qué hacéis por aquí?, preguntó ella casi con retranca. -Estamos recogiendo cosas, respondieron los ocupantes. Pero Ana María ya sabía que aquella justificación distaba mucho de ser real. «Lo que estaban era tirando cosas», afirma ella, 57 años, vecina desde los 7 del barrio de Puente de Arganda. Un enclave, el de esta pequeña 'aldea' a espaldas de la A-3, habitado por medio centenar de familias y marcado por una maldición: el incendio que el 1 de octubre de 2001 devoró el imponente matadero de Campocarne, filial de Campofrío, de cuyo interior ya no saldrían con vida dos de sus trabajadores , Manuel Piélago, de 56 años, y Miguel Escudero, de 30. Para sorpresa de Ana María, el fuego devastaba los cerca de 16.000 metros cuadrados de la nave, el mismo día que sufrió un aborto. «Yo estaba en el hospital, pero mi marido intentó pasar y no le dejaron», resume brevemente quien también fuera empleada de la empresa cárnica. «A muchos de aquí nos contrataron en la fábrica». Y así, de buenas a primeras, la planta de producción en la que trabajaban 150 personas quedó reducida a cenizas. O casi, porque en esa mole de escombros y materiales calcinados nacieron dos controversias: la del saqueo y la de los vertidos ilegales . Un problema que se extiende hasta hoy. Noticia Relacionada reportaje No Rituales satánicos en el viejo monasterio de la 'rave' mortal de Getafe Aitor Santos Moya La última misa negra se celebró con velas, rosas y una mano de atrezo desfigurada Lejos quedan ya las promesas que el entonces alcalde de Rivas-Vaciamadrid, Fausto Fernández (IU), lanzaría apenas un mes después de la tragedia. En su discurso, vino a decir que el suelo sobre el que fue construido el complejo industrial «no tendría aprovechamiento económico alguno», ya que el ayuntamiento no permitiría «otros usos distintos a la reconstrucción de la fábrica y el mantenimiento de su actividad y de los puestos de trabajo». Es decir, que si Campofrío decidía finalmente no reconstruir la fábrica, sus terrenos volverían a formar parte del Parque Regional del Sureste. Las dos partes habían firmado un convenio urbanístico, a instancias de la propia empresa, que permitía a esta continuar y ampliar su actividad, siempre y cuando Campocarne crease 60 nuevos puestos y destinase los terrenos exclusivamente a uso industrial. Pero nada de eso ocurrió y los terrenos tampoco fueron reintegrados en este paraje natural, único en la Comunidad de Madrid. Nada más llegar al barrio de Puente de Arganda, lo primero que llama la atención es la apariencia de pueblo antiguo, con el parque y las pistas de fútbol sala y baloncesto como epicentro de un pequeño núcleo conformado en su mayoría por casas bajas, algunas de ellas recién reformadas. Al final de sus tres calles principales, Entrevientos, Camino Real y Cuartel, se abre paso el sendero a este particular averno, al que asiduamente acude gente de todo pelaje para cometer diferentes fechorías. Los saqueadores alcanzaron sus días de gloria tiempo atrás, cuando buena parte de la estructura calcinada aún se mantenía en pie. «Los muros se han terminado de caer debido a que venían y rompían las vigas, cortaban el metal del forjado...», expone una residente, consciente de que la época de pillaje hace tiempo que pasó a mejor vida. «Porque ya no queda nada que se puedan llevar». Una cámara para cazar a los que tiran residuos Al final de la calle del Cuartel, el Ayuntamiento de Arganda instaló una cámara tras las quejas de los residentes de Puente de Arganda por los vertidos ilegales GUILLERMO NAVARRO Los grafiteros, expertos en alcanzar los puntos más inverosímiles, también han ido menguando en paralelo a la destrucción de sus muros, por lo que los únicos forasteros que acuden al lugar son los encargados de tirar todo tipo de residuos : colchones corroídos, puertas de madera, cristales, juguetes, botes de pintura y otros tantos residuos pesados que yacen apilados casi por montañas. A ello se suman los tabiques derruidos y un viejo tejado de uralita reventado en mil pedazos. Las únicas partes que todavía dejan entrever los cimientos de las fábrica son una hilera de muelles, destartaladas y con múltiples hendiduras. Basta un vistazo al fondo de estos agujeros, algunos de hasta cuatro o cinco metros de profundidad, para entender el riesgo de un trasiego en lo que un día fueron los hangares de Campocarne. Aquí, parte del pavimento deja entrever el sótano de la instalación, por donde varios murciélagos echan a volar siguiendo su instinto. Para revertir esta situación, apuntan los vecinos de la zona, el Ayuntamiento de Arganda del Rey (el desaparecido matadero pertenece a Rivas, pero el barrio afectado es ya territorio de Arganda) instaló una cámara a la entrada de la calle del Cuartel. «Para pillar las matrículas de los que pasan», expone Ana María, con la experiencia suficiente para saber que los vehículos buscarán puntos ciegos para entrar sin ser detectados. Los moradores son conscientes de que aquellos que tiran basura suelen hacerlo de noche, alcanzando el enclave por el camino de tierra trasero a la propia calle del Cuartel. «Antes entraban por aquí, pero el dueño de esta finca (en alusión a la parcela contigua al solar) colocó unos bloques de hormigón para que solo se pudiera pasar a pie», añade la mujer, sin entender el porqué de una decadencia al paso por el kilómetro 21 de la A-3. La fábrica de Campocarne tras el incendio sufrido en 2001 EFE Un soplete empleado en una reforma fue la causa del fuego mortal Las investigación realizada por la Unidad de Policía Judicial de la Comandancia de Madrid determinó que el fuego que devastó la sala de despiece de Campocarne se produjo como consecuencia del calor desprendido por un soplete. Este incendió unas planchas de poliuretano, un material aislante altamente inflamable, y no tardó el fuego en extenderse por toda la planta. Todos los empleados lograron salir al ver el humo, a excepción de Manuel Piélago y Miguel Escudero, atrapados en un lavabo y en la zona de empaquetado de carne. La inspección ocular concluyó que el origen del incendio tuvo lugar en las obras de reforma que se estaban llevando a cabo en un anexo de la parte quemada. La Guardia Civil detuvo a cuatro trabajadores de la empresa encargada de los trabajos acusados de dos delitos de homicidio imprudente y uno de incendio por imprudencia. Tras tomarles declaración, el juez los dejó en libertad. Se da la circunstancia de que en este tramo son varias las construcciones ruinosas que afloran a un lado y al otro del río Jarama. La leyenda negra que acompaña a cada punto del trayecto confiere a este lugar una experiencia inquietante: en otro viejo matadero de Rivas Vaciamadrid han tenido lugar algunas de las mayores fiestas 'rave' de la primera década de los 2000; en el vetusto camping de Maspalomas, con 'whiskería' y piscina incluidos, un hombre recibe a los inesperados visitantes. «Esto no está abandonado, aquí lo que ha pasado es que han entrado a robar», sostiene, a las puertas de un edificio presuntamente habitado con pocos visos de salubridad. La ruta termina en un primitivo cortijo, deteriorado a partes iguales por la acción humana y el paso del tiempo. El reloj en esta tierra de feriantes (hay un asentamiento en el margen de la carretera) bien podría haberse detenido, pero las montañas de basura nunca dejan de crecer.