No hay Eurovisión sin escándalo
Arranca la semana del Festival de Eurovisión, un certamen que ha vivido 66 años como una montaña rusa, con ascenso y declive de audiencia, subidas y bajadas de interés y, sobre todo, un festival cuyo público ha mutado del blanco y negro al color; de la gran sentada familiar de los años 60, 70 y parte de los 80 hasta la fiesta gay y reivindicativa del siglo XXI. Eurovisión es hoy un certamen de masas que en 2021 (la edición de la pandemia, la edición en la que el público brilló por su ausencia) siguieron 183 millones de espectadores en todo el mundo.
Eurovisión es un programa de televisión y como tal ha evolucionado. Atrás quedan aquellos recoletos y sobrios escenarios, bastante tenían entonces con ser capaces de conseguir que no fallara la transmisión simultánea en directo. Hoy Eurovisión es un espectáculo de luz, color y pirotecnia que muchas veces va en detrimento de la calidad musical.
Con tantos cambios, hay algo común en todas las ediciones, desde la primera a la última. No hay Festival de Eurovisión sin escándalo, sin barahúnda dentro y fuera de nuestras fronteras. Siempre pasa algo. Recordemos. Una vez superada la crisis del Benidorm Fest, véase la teta de Rigoberta y el folclore de Tanxugueiras, Chanel aterriza en Turín como la diva de esta edición. Más que nada porque no hay otra. La cantante española está disfrutando la experiencia desde una quinta posición en las casas de apuestas y ha insuflado cierto optimismo a los eurofans que incluso se atreven a cantar el alirón antes de tiempo.
Arreglados los problemas patrios, esta edición italiana suma contratiempos uno detrás de otro. Primero fue el merecido veto a Rusia; después, el conato de abandono de Israel por culpa de ciertos conflictos políticos internos que derivaron en una huelga en el Ministerio de Asuntos Exteriores (al final se arrepintieron y lucharán el jueves por conseguir un puesto en la final); más tarde, en plenos ensayos nos topamos con la censura a Albania por su explícita puesta en escena y, cuando faltan horas para arrancar las semifinales, Macedonia del Norte amenaza con prohibir la participación a su representante Andrea Koevska. ¿Por qué? Pues porque el pasado domingo, durante la presentación de todas las delegaciones en la alfombra turquesa, en la fiesta que inaugura oficialmente el festival la cantante macedonia tiró la bandera que había portado durante todo el desfile y con la que había posado ya, para continuar con la sesión de fotos ante los gráficos acreditados. A la televisión pública macedonia esa actitud tan despectiva le pareció un agravio imperdonable. Rápidamente emitió un comunicado. “La MRT condena enérgicamente el movimiento de nuestra representante, quien arrojó la bandera estatal al suelo durante la sesión de fotos en Turín. El ente público no está de ningún modo detrás de este comportamiento escandaloso de nuestra representante de Eurovisión, que con ese gesto mostró una falta de respeto al símbolo patrio, lo que está penado por la ley”. Mientras la corporación macedonia amenaza con tomar medidas legales, Andrea Koevska se ha disculpado públicamente. “Estoy aquí para representar a Macedonia de la mejor manera”. A estas alturas su presencia camina entre los alambres.
Victorias españolas
A lo largo de la historia el Festival de Eurovisión ha estado preñado de altercados de un grado u otro. Añejo resulta ya el terremoto que sacudió al régimen franquista en 1968 cuando Joan Manuel Serrat fue elegido para interpretar La, la, la, el tema del Dúo dinámico que representaría a España en aquella edición. “No fue una anécdota, fue algo muy duro”, confesaba años después el Noi del Poble-sec. “Bastaba que dijeras: o canto en catalán, o no canto, para que automáticamente fueras condenado y se estableciera contra ti un auto de fe. Te esperaba la hoguera. De hecho, en varios lugares del Estado español fueron quemados mis discos, y en algunas emisoras oficiales los inutilizaron con cinta adhesiva... Estuve seis años sin aparecer en TVE, y durante bastante tiempo hubo sobre mis actuaciones la amenaza cierta del boicoteo. Fue una época dura. Pero la vida es muy curiosa. De esta situación tremenda surgieron mis viajes a América y el descubrimiento de un mundo que para mí ha sido fundamental". El desenlace de aquel escándalo es público y notorio, una jovencísima Massiel se alzó con el triunfo cantando el tema en castellano.
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Un año después, Laura Valenzuela, la presentadora de Eurovisión en la edición que organizó España cuyo cartel diseñó Salvador Dalí, no sabía qué hacer al verse ante un cuádruple empate, algo que no estaba contemplado en las normas del certamen: "Este es un inesperado final", decía atónita. La decisión la tomó en vivo y en directo Clifford Brown, productor del certamen: "Efectivamente, hay cuatro ganadores ex aequo". Desde entonces, en España no hemos ni olido el micrófono de cristal, salvo con el segundo puesto de Karina (1971), Mocedades (1973), Betty Missiego (1979) y Anabel Conde (1995).
Batacazos históricos
De los siete participantes que el 25 de mayo de 1956 abrieron fuego en Lugano (Suiza) a los 40 que esta semana luchan por el micrófono de cristal va toda una vida. Hoy, para llegar a la final del próximo sábado, 35 países tendrán que quedar entre los 10 primeros de dos semifinales, solo España, Reino Unido, Francia, Italia y Alemania, los conocidos como el Top Five, cuentan con el privilegio de ir directamente a la final porque son los países que cinco países que más aportan económicamente a la Unión Europea de Radiodifusión (UER). Si no fuera por eso, desde que se instauraron las semifinales en 2004, la delegación española habría llegado a la final en contadas ocasiones.
Nuestra historia está repleta de fracasos. Impresionante fue el rosco de Remedios Amaya en Munich con Quien maneja mi barca y sus pies desnudos. España se llevó las manos a la cabeza al verla con aquella bata playera de rayas, la cinta en la cabeza y sin zapatos. No era la primera, descalza salió al ruedo Sandie Shaw defendiendo su Puppet on a string para Reino Unido en 1967, como descalza ganó, años más tarde en Bakú, Loreen y su Euphoria (2012).
El último casi rosco español fue culpa… de un inolvidable gallo, el de Manel Navarro en Kiev. El jurado profesional no le dio ni un punto, se salvó porque el televoto le otorgó cinco míseros puntos y un vergonzoso podio contando por detrás. Última quedó Lydia en Jerusalén en 1999, pero de esto, ¿quién se acuerda? Los 90 fueron los años oscuros del festival, en España no lo veía ni Dios.
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Conflictos políticos
En 1978 la victoria fue para Israel. Izar Cohen y Alphabeta y su A-ba-ni-bi protagonizaron el altercado del año. Mientras en Israel jaleaban la victoria, en Jordania pensaron que el podio era para Bélgica, que en realidad fue segunda. La tensión entre los dos países llevó a los jordanos a cortar la emisión y señalar que había ganado Jean Vallée con su L’amour ça fait chanter la vie.
Desde su nacimiento, el reglamento del festival prohíbe cualquier manifestación política en las canciones participantes, lo cierto es que esta norma ni ha impedido que en el concurso se convierta en un escaparate de reivindicaciones. En 2009, con Moscú como sede, Georgia quiso competir con un tema titulado We Don't Wanna Put In. Algo que se impidió por el juego de palabras que hacía claras referencias al presidente ruso.
Jugando con la fina línea roja que surge entre la metáfora, la poesía y la realidad, Israel sí pudo acceder a Eurovisión con Push the button, un tema que para muchos rezumaba claras alusiones al régimen iraní y a su programa nuclear.
Eurogay
A pesar de haber llegado al siglo XXI como el Eurogay, un festival resucitado del ostracismo gracias a la comunidad LGTBI, no siempre fue así. Incluso hoy, en pleno siglo XXI, participan en Eurovisión países que no respetan los derechos de esta comunidad. De hecho, Hungría se desbancó del festival en 2021 alegando motivos económicos y sociales. Lorinc Bubnó, ex jefe de la delegación húngara en Eurovisión, confesó el año pasado que “los húngaros aún no están preparados para los ideales de Europa Occidental, y para la normalización de la comunidad LGTBI en el país”. Les queda mucho que crecer.
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La victoria de Dana Internacional (1998) y su pegadiza Diva provocó grandes divisiones en Israel. No todo el país apoyó a la primera transexual del certamen, como tampoco consiguió unir al público ucraniano la drag queen Verka Serduchka en 2007. Poco les importó el honroso segundo puesto de aquel electrónico y extravagante Dancing Lasha Tumbai.
Espontáneos
Las galas en directo siempre han tenido su aquel. En ocasiones más de una delegación ha tenido que soportar intromisiones en directo. En España no se nos olvida la aparición de Jimmy Jump que se coló en medio de la actuación de Daniel Diges. En 2010 su Algo pequeñito sonó dos veces desde las tablas y no fue por la victoria.
Para impertinencia, el calvo que en 2017 regaló a Europa un espontáneo mientras actuaba la ucraniana Jamala, envuelta en una bandera de Australia. Otro metomentodo empañó la actuación de Reino Unido en 2018 cuando saltó al escenario del Pabellón Atlántico de Lisboa y arrebató el micrófono a la cantante SuRie. Como a Diges, Eurovisión le ofreció la opción de repetir la actuación, pero la delegación, satisfecha de la interpretación, no aceptó la oferta.
El advenedizo entre los advenedizos ha sido y será, sin duda, Rodolfo Chikilicuatre. En 2008, el alter ego de David Fernández le coló un gol a la organización española consiguiendo ser la apuesta más votada de su edición con su tomadura de pelo Baila el chiki chiki.
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