Las cifras de empleo dadas a conocer ayer por el Instituto Nacional de Estadística son intrínsecamente buenas y muy favorables en un mercado laboral tensionado por la duración de la guerra de Ucrania y por la notable subida de los precios derivados de una inflación próxima al 10 por ciento. El comportamiento del empleo está siendo excelente. Durante el segundo trimestre del año, España sumó 383.300 personas al mercado laboral, lo que sitúa el total de ocupados en casi veinte millones y medio, la tasa más alta desde 2007; a su vez el desempleo total se sitúa en 2.919.400 personas, por debajo de la cifra simbólica de los tres millones, lo que representa un paro del 12,48 por ciento, el más bajo desde 2008. El empleo, en definitiva, ha crecido en 796.400 personas en los últimos doce meses, una cifra difícilmente imaginable en un contexto de vaivenes políticos y económicos tras la pandemia, y con una reforma laboral aprobada por el Gobierno que suscitó enormes dudas entre los empresarios. El peligro anunciado de que aquella reforma fuese un repelente del empleo en lugar de un revulsivo cae, al menos en esta etapa, por su propio peso. Otra grata noticia es que los hogares con todos sus miembros activos en paro han bajado hasta 990.300, lo que supone 62.000 menos en tres meses. En cierto modo, es lógica la satisfacción con la que Yolanda Díaz y el ministro José Luis Escrivá valoraron ayer los datos. No obstante, los analistas más exhaustivos perciben ya que el vaso empezará a quedar medio vacío en los próximos meses. El propio Gobierno admitió ayer que ha detectado incertidumbre y ralentizaciones en la evolución del mercado de trabajo cuando esta fase del verano, siempre provechosa en términos laborales por el auge del ocio y el turismo, haya pasado. De hecho, la segunda quincena de julio, no examinada aún por el INE, está ofreciendo indicios preocupantes sobre lo que pueda ocurrir a partir de septiembre. Tienen razón las confederaciones de empresarios cuando sostienen que la cifra de desempleo, aún próxima al 13 por ciento, es muy alta aún. Y tiene razón el PP cuando alerta de que nuestra tasa sigue siendo el doble de la media europea y que es preocupante que esa ralentización que constata el propio Gobierno se produzca a mediados de julio. En cualquier caso, son datos inesperados que satisfacen a un mercado deprimido por la inflación y que merecen ser puestos en valor por una reforma laboral que, para ser justos, mantiene el 85 por ciento de la legislación que en su día puso en marcha el PP. Tiene toda la lógica que el Gobierno y el empresariado teman la convulsión que puede producirse en los próximos meses. Estados Unidos entró ayer técnicamente en una recesión técnica tras sumar el segundo trimestre consecutivo de caída del PIB. En principio es una recesión artificial derivada de la drástica subida de tipos acordada por la Reserva Federal como plan de choque para combatir la inflación sin contemplaciones, pero en cualquier caso las repercusiones amenazan con llegar a Europa pronto. En este contexto, el Gobierno aprobó ayer el prometido 'impuestazo' a las multinacionales de la energía y a la banca. De poco sirvió que los bancos avisasen de que la capacidad de crédito se resentirá en 50.000 millones de euros o de que los accionistas –no todos millonarios con puros– serán los principales castigados. Y está por ver que pese al anuncio del Gobierno, la nueva tasa del 1,2 por ciento con que se gravará la cifra de negocio del sector energético no repercuta sobre los clientes y consumidores. El escenario apunta a ser más delicado de lo que ahora se intuye con la euforia propia del verano y con la 'fiesta' del consumo desbocado.
