Álvaro Cunqueiro, el fabulador total: vida, sueño y leyenda
El pasado mes de septiembre, moría el poeta, traductor, narrador y biógrafo [[LINK:TAG|||tag|||633613bb5c059a26e23f77a0|||Antonio Rivero Taravillo]], uno de nuestros autores más prolíficos, versátiles y talentosos de las últimas décadas, que tanto hizo además por el ámbito de la edición y de las revistas literarias, además de por poner al alcance del lector español obras clásicas inglesas. Antes de que un cáncer de pulmón se lo llevase para siempre y le impidiese ejercer de pregonero de la 48ª Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Sevilla, y con una entereza ejemplar y un pundonor extraordinario, había publicado este mismo año una traducción de los dos libros que [[LINK:TAG|||tag|||6336198487d98e3342b272f8|||Lewis Carroll ]]dedicó a su célebre Alicia, más una biografía que no pudo ver ya en las mesas de novedades de las librerías, por desdicha: «Álvaro Cunqueiro, sueño y leyenda».
Al igual que en sus otras biografías, como la que recibió el premio Comillas de la editorial Tusquets consagrada a Luis Cernuda, o la que dedicó al poeta Juan Eduardo Cirlot, en esta ocasión Rivero Taravillo se adentró con admirable tenacidad en el mundo –literario, humano, histórico– de Cunqueiro (1911-1981) para ofrecer una obra totalizadora, de casi seiscientas páginas, que por fin sitúa al fabulador de Mondoñedo en el lugar que le corresponde: no sólo en el panteón de la literatura gallega, sino en el de la literatura española y europea del siglo pasado. Ciertamente, hacía falta una biografía semejante: erudita sin ser académica, rigurosa en los datos y fuentes, escrita con sensibilidad y conocimiento, y sobre todo animada por una vocación de justicia literaria. Porque Cunqueiro, que fue muchas cosas –poeta, novelista, dramaturgo, articulista, traductor, editor, político fugaz–, seguía siendo, más de cuarenta años después de su muerte, una figura a la vez celebrada y mal conocida, relegada, con demasiada frecuencia, a un nicho periférico dentro de la propia literatura española.
Para el autor, los límites entre lo vivido y lo imaginado en Cunqueiro son borrosos
Rivero Taravillo logró integrar vida y obra en un texto compacto partiendo de la convicción de que en un autor como Cunqueiro los límites entre lo vivido y lo imaginado son borrosos –no por artificio, sino por vocación estética–; el libro se adentra tanto en la trayectoria vital del escritor como en el taller de su prosa, explorando las condiciones que hicieron posible una escritura única, inconfundible, inasible a veces por su enorme libertad. No en balde, estamos ante un biógrafo bregado en las dificultades que entraña desvelar la verdad de su sujeto de estudio, de tal modo que aquí se evita tanto el elogio acrítico como la complacencia: se habla con franqueza de los años falangistas de Cunqueiro, de sus contradicciones políticas, de su acomodo burgués, incluso de una cierta traición a la gran obra que nunca llegó a escribir, diluido entre los centenares de artículos que le garantizaban el sustento. Como siempre en la mirada de Rivero Taravillo, maestro de la ironía en su propia literatura (señaladamente en sus libros de poesía, como su último «Un invierno en otoño», que versaba sobre cómo encarar la enfermedad) y hombre impecable en sus formas y trato humano, hay en esta biografía una perspectiva comprensiva y documentada, interesada no en juzgar sino en comprender.
Un escritor en dos lenguas
Hay un Cunqueiro público, celebrado, locuaz, «invitado a todas partes» –como señala el propio Rivero Taravillo–, y otro más íntimo, doméstico, profundamente literario, que hablaba gallego en los sueños y se sabía más cercano a los bardos celtas que a los discursos de salón. Ambos conviven en estas páginas y se proyectan, sobre todo, en la amplitud de una obra tan difícil de clasificar como de imitar, donde conviven Ulises y Merlín, los caballeros del Rey Arturo y los médicos de provincias, los perfumes de Bizancio y los vinos del Miño. A todo lo cual hay que añadir el hecho de tener que enfrentarse al bilingüismo cunqueiriano, que no se presenta como un dato accesorio ni como una nota al pie, sino como una de las claves fundamentales de su estética.
Su escritura es una acertada integración idiomática entre el gallego y el castellano
Cunqueiro escribió en gallego y en español con igual agudeza, y cada lengua le ofrecía registros, sonoridades y cadencias diferentes. Su castellano, como se señala en la introducción del libro, está «condimentado» por el gallego –en léxico, en sintaxis, incluso en la textura musical de las frases–, pero no por contaminación sino por fertilización cruzada. Esta integración idiomática se manifiesta también en la propia escritura de la biografía, donde los textos gallegos de Cunqueiro aparecen en su lengua original –salvo en las citas de terceros, que sí se traducen–, invitando al lector no familiarizado con el gallego a experimentar la musicalidad original de su prosa. Y es que, como demuestra el libro, la obra de Cunqueiro no puede leerse –ni mucho menos comprenderse– en una única y sola lengua.
Asimismo, otra singularidad en Cunqueiro cabe encontrarla en lo que indica el título: sueño y leyenda. Para él, el sueño era una categoría ontológica, no solo estética. La literatura no debía reflejar el mundo, sino ampliarlo, distorsionarlo, embellecerlo, abrirle nuevas puertas. Frente a la sequedad del realismo, Cunqueiro reivindicó la magia, lo onírico, la fabulación como forma de conocimiento. Y por eso su obra, aunque profundamente arraigada en la tradición –española, europea, incluso oriental–, tiene siempre algo de atemporal, como si hubiese sido escrita desde un territorio que no se mide jamás por las manecillas de los relojes ni tampoco por los días que vienen en los calendarios.
La fusión del vivir y el soñar
El biógrafo entendió esto muy bien, y por eso organizó su relato no tanto cronológicamente como en espiral, dejando que el sueño se colase como elemento central de la vida del escritor. Lo señala el propio Cunqueiro en «Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas»: «¿Para qué se nos dan [los sueños], si no son vida?». Esa fusión entre lo soñado y lo vivido recorre su obra entera y da también su tono a esta biografía, que se lee con el placer narrativo de una gran ficción. Por ello, el libro de Rivero Taravillo viene a cubrir un vacío notable, pues apenas había aproximaciones biográficas al autor gallego: o eran parciales o estaban centradas en alguno de sus aspectos (la poesía, el periodismo, la vida gallega). «Álvaro Cunqueiro, sueño y leyenda», en cambio, aspira a llenar tal vacío, y lo consigue siendo consciente su autor de las limitaciones inevitables: él mismo advirtió de sus lagunas y de las zonas todavía oscuras en la vida del escritor.
En realidad, lo mejor que se puede decir del libro es que, en realidad, constituye una vía estimulante para conocer o redescubrir con otros ojos la obra de Cunqueiro. Porque, como bien señala y recuerda el mismo Rivero Taravillo, todavía hoy no existen unas «Obras completas» del escritor, ni en gallego ni tampoco en castellano. Su producción periodística está todavía dispersa en hemerotecas y muchas de sus prosas breves permanecen inéditas o no se pueden encontrar prácticamente por sus seguidores. Pero… quién sabe si en la feria del libro sevillano hubo un viejo libro de Cunqueiro que fue testigo de las palabras del pregón de Rivero Taravillo, que pronunció un amigo suyo póstumamente; ese día, con la presencia de su viuda, amigos y familiares, y del alcalde de la ciudad, se pudo oír de nuevo la voz de este gran hombre de nuestras letras diciendo que él era, ya, uno de esos libros antiguos: «desencuadernado, baqueteado, dolorido».
UN ENAMORADO DE «HAMLET»
Primero, Cunqueiro estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago de Compostela entre 1927 y 1934. Publicó su primer libro de poemas, «Mar ao Norde», en 1932, seguido por «Poemas do sí e non» en 1933. Más adelante, durante la Guerra Civil, y vinculado al Partido Galeguista, se instaló en Ortigueira, donde trabajó como profesor en un colegio y en 1938 empezó con intensidad a colaborar en la prensa de Galicia y Madrid. Escribió novelas y cuentos, y también obras de teatro: «Rogelia en Finisterre» (1941), «El caballero, la muerte y el diablo y otras dos o tres historias» (1945), «La balada de las damas del tiempo pasado» (1945) y «San Gonzalo» (1945). Sin duda, parte de su interés por el género se debió a su lectura de Shakespeare, lo que le llevó a escribir una obra como «O incerto señor Don Hamlet, Príncipe de Dinamarca» (1958), reinterpretación del personaje danés.