La «política yoyó» de Guardiola con Vox desconcierta al PP
María Guardiola inició ayer una nueva etapa de deshielo con Vox tras las elecciones autonómicas, que adelantó porque no tenía el apoyo del partido de Santiago Abascal para aprobar los Presupuestos. La presidenta en funciones y candidata de nuevo a la investidura levantó el teléfono para llamar al candidato de Abascal y comenzar la negociación. Un gesto, ya que, en el caso de Vox, esta negociación la dirigirán directamente en Madrid, igual que hicieron con toda la campaña.
A medida que ha ido asentándose el resultado de las elecciones del pasado domingo, también ha ido cogiendo cada vez más forma un análisis interno crítico con la estrategia y con algunas de las decisiones que marcaron la campaña del PP en Extremadura.
Guardiola llegó a imponer un doble veto a los dos perfiles autonómicos más simbólicos del partido, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno, que cubren espacios diferentes dentro del voto de centro-derecha. Esta crítica, a toro pasado, es útil si sirve de referencia para aprender de los «errores» derivados de la decisión de la presidenta extremeña de autogestionarse por completo y considerar que incluso «primeros espadas», como Ayuso o Moreno, iban a distraer la campaña del foco que su equipo buscaba.
La realidad es que Extremadura ha dejado una estela de inquietud interna que va mucho más allá de los escaños obtenidos. El PP no ha fracasado en términos estrictos, pero el partido discute la estrategia de Guardiola y su «política yoyó» en su relación con los de Abascal. Este debate preocupa especialmente a los barones territoriales que tienen citas electorales en el primer semestre del año: Aragón, Castilla y León y Andalucía.
El veto a la presencia de Ayuso y Moreno se justificó internamente como un intento de evitar «contaminaciones ideológicas» y de marcar un perfil propio, alejado tanto de la polarización madrileña como del modelo andaluz. Y esto llevó a una campaña plana, de bajo voltaje, incapaz de marcar agenda, mientras Vox desplegaba un discurso nítido, emocional y sin complejos.
De cara a las futuras citas electorales, en el partido señalan que Extremadura demuestra que el debate sobre qué hacer con Vox suele centrarse en los pactos postelectorales, y que el problema «aparece mucho antes». «El verdadero dilema no es si pactar o no, sino si el PP permite que Vox condicione el marco del debate público». Especialmente cuando este periodo electoral se mueve en un contexto en el que la competencia no está solo por la derecha dura, sino por el votante desencantado y más emocional.
Los mensajes cruzados que se han dirigido hacia Vox tras las elecciones también han generado inquietud en otros territorios donde los barones cuestionan que se generen oportunidades para que este partido exhiba fuerza. No tanto por lo que se acuerda, sino por el relato que se construye alrededor de esas conversaciones. La tesis que empieza a condicionar el nuevo proceso electoral se sostiene sobre la advertencia demoscópica de que el partido de Santiago Abascal no avanza porque tenga mejores soluciones de gobierno, sino porque explota el cansancio, la desafección y la sensación de bloqueo institucional. Vox se nutre del conflicto permanente, de la deslegitimación del sistema y de la idea de que nada funciona salvo la ruptura.
Esto es fácil alimentarlo en la oposición, pero se torna más complejo cuando entras en gobiernos y tienes que retratarte en la gestión concreta de los problemas. Dicho de otra manera, que el voto útil dentro del centro-derecha no puede funcionar hasta que Vox no asuma de nuevo tareas de gobierno y evidencie que, detrás de la «exhibición de testosterona, no hay nada para resolver las cuestiones del día a día de la administración pública», resaltan desde el Gobierno de Aragón.
Allí, en Aragón, primer examen electoral tras Extremadura, el PP tiene un candidato sólido, que esperan que corrijan la «política yoyó» extremeña. Además, no habrá una campaña de perfil bajo, sino que el partido regional ya anticipa que contará con todos los referentes nacionales y autonómicos, desde el liderazgo territorial de la estrategia y del calendario.
Y lo mismo se espera en Castilla y León. La táctica de la «doble caravana» electoral, ya empleada en Galicia con resultados espectaculares, mayorías absolutas, volverá a verse en estas elecciones. Consiste en que hay un guion de mítines principales que protagoniza el candidato, y otro reservado para voces nacionales y autonómicas, que se escogen en función del mapa del voto y de lo que pueden aportar sus perfiles en cada una de las circunscripciones en juego.
Mientras llegan estas elecciones, y las de Andalucía, el debate interno en el PP sobre qué hacer con Vox deja de estar limitado a la aritmética parlamentaria.
«Si queremos seguir creciendo debemos hacerlo desde la fortaleza, no desde el repliegue. Y esto de dar por hecho que ya no hay nada más que conseguir del centro es un error. No todos los territorios son Madrid», señala uno de los candidatos que se someterá próximamente a examen en las urnas.
En este tridente de equipos electorales autonómicos del PP que ya está en marcha (Aragón, Castilla y León y Andalucía) hay coincidencia en señalar que su principal riesgo real es que Vox marque el tempo, que imponga los marcos del debate y que convierta cada investidura en una supuesta demostración de fuerza.
Frente a esto, desde una de las baronías más fuertes apelan al mensaje de que el PP necesita algo más que prudencia, en referencia a Guardiola. «Necesitamos liderazgo visible, discurso propio y capacidad de confrontación política sin estridencias. Vox seguirá creciendo mientras haya vacíos. Y el PP tiene hoy la responsabilidad, y la oportunidad, de llenarlo con política», sentencian.