Saint-Exupéry: el pionero de la aviación que se esconde detrás de «El principito»
«La biografía definitiva de…» reza cada subtítulo de los libros de Eduardo Caamaño: los que ha dedicado a la vida y obra de autores señeros de la literatura de los siglos XIX y XX Arthur Conan Doyle, [[LINK:TAG|||tag|||633615ebecd56e3616931fde|||Agatha Christie]] y Edgar Allan Poe. Y, en verdad, es tal el calibre investigativo y habilidad literaria de este escritor, que bien podrían considerarse todas estas biografías las «definitivas», lo que se extendería a otros tres libros suyos, sobre Manfred von Richthofen, o sea, El Barón Rojo, Houdini y la historia de la condecoración Cruz de Hierro. Ahora se adentra en la figura de un hombre que, el 31 de julio de 1944, despegó del aeropuerto corso de Bastia —para fotografiar sobre Grenoble las posiciones del ejército alemán y preparar el desembarco aliado en la Provenza— y al que se dará por desaparecido: Saint-Exupéry.
Al comienzo se harán varias conjeturas al respecto: que pudo sufrir una emboscada, que su avión se hundió en el mar o que, incluso, se suicidó. Esta última opción se relacionaría con los momentos angustiosos que vivía el narrador, pues a causa de su miopía y su edad avanzada para su trabajo había sido apartado de sus habituales labores. Además, una noticia aparecida en abril del 2004, sobre el hallazgo cerca de Marsella, por parte de unos submarinistas, de los restos del Lockheed P38 Lightning que pilotaba Saint-Exupéry, podría confirmar la sospecha suicida, como afirmó el historiador de la aviación Bernard Mark.
Pero dejemos en el aire este enigma de su desaparición para invitar al lector a sumergirse en la investigación de Caamaño, que acudió a Marrakech, desde donde Saint-Exupéry partió a Estados Unidos durante la guerra, y a cuantos rincones le proporcionasen información del escritor. El resultado es una biografía voluminosa y bien ilustrada de un individuo sin duda con muchos alicientes a la hora de seguir sus pasos. No en balde, la vida de Saint-Exupéry estuvo marcada por la aventura, el riesgo y una constante búsqueda de significado en un mundo a menudo incomprensible. Caamaño revisó archivos inéditos, cartas privadas y testimonios de tres continentes para ofrecer un retrato profundo y multifacético del biografiado, sobre el que se pregunta: ¿era Saint-Exupéry un escritor que pilotaba o un piloto que escribía?
Bautismo en el aire
Esta pregunta, aunque aparentemente sencilla, resulta esencial para comprender la conexión profunda que existía entre su pasión por la aviación y su destreza literaria. La aviación no era solo una profesión para Saint-Exupéry, sino una forma de entender y enfrentarse al mundo, un espacio donde sus reflexiones sobre la vida, el sentido y la muerte podían tomar forma. Él mismo dijo en una entrevista que volar y escribir son cosas muy parecidas, y ambas nacieron en la infancia. Así, Caamaño cuenta que a los doce años, el autor vivió lo que él describió como su «bautismo en el aire», cuando, sin permiso de su madre, se subió a un avión en un pequeño aeródromo cercano al castillo donde pasaba sus vacaciones. La experiencia fue tan impactante que, además de dejar una huella indeleble en su memoria, lo inspiró a escribir un poema que recogiera todas las emociones de ese momento. Asimismo, su primera incursión en la escritura fue a los catorce años, cuando obtuvo un premio por su ensayo «La Odisea de un sombrero de copa».
En su faceta como aviador, Saint-Exupéry fue uno de los pioneros del correo aéreo, una actividad que lo llevó a recorrer algunas de las zonas más remotas y peligrosas del planeta, como el desierto del Sahara y la Patagonia. Durante estos años, la aviación dejó de ser solo un trabajo y devino un espacio de reflexión filosófica. En sus obras «Vuelo nocturno» y «Correo del sur», el escritor relata los desafíos físicos y técnicos de los vuelos nocturnos y la navegación en territorios inhóspitos, pero también los dilemas éticos y existenciales que enfrentaban sus personajes. A través de estos relatos, Saint-Exupéry elevó la figura del aviador a la categoría de héroe trágico, alguien que no solo desafía las leyes de la física, sino también los límites más profundos de la fragilidad humana.
Caamaño comprobó que el vuelo, la soledad y el desierto son recurrentes en la obra de Saint-Exupéry. En sus escritos, los aviadores no son simples personajes de acción, sino seres que se enfrentan constantemente a la incertidumbre, al riesgo y a la muerte. La aviación se convierte en una metáfora de la vida misma, un espacio donde los individuos se enfrentan a sus propios miedos, pasiones y contradicciones. Como escribió en «Tierra de hombres», una reflexión profunda sobre la condición humana en tiempos de guerra: «La perfección se alcanza no cuando no hay nada más que sumar, sino cuando no queda nada por restar». Esta frase refleja tanto la visión literaria de Saint-Exupéry como su propia búsqueda personal de la verdad, de lo esencial, de aquello que permanece después de eliminar las capas superficiales de la existencia.
El príncipe fraterno
A medida que avanzaba en su carrera literaria, Saint-Exupéry alcanzó una madurez excepcional como escritor, y sus obras fueron recibiendo elogios tanto de la crítica como del público. En «Piloto de guerra» (1942), una obra escrita en plena [[LINK:TAG|||tag|||6336135059a61a391e0a0a8d|||Segunda Guerra Mundial]], el autor reflexiona sobre los dilemas morales que enfrenta un piloto durante un conflicto bélico, un tema que se extiende por toda su obra, desde los vuelos nocturnos hasta los sacrificios personales por una causa mayor. Ese mismo año, Saint-Exupéry, ya exiliado en Estados Unidos debido a la ocupación nazi en Francia, escribió su obra más universal y conocida: «El principito». Publicada en 1943, esta breve novela se ha convertido en uno de los libros más traducidos y leídos del mundo. A través de la figura del príncipe, un niño sabio que viaja de planeta en planeta, Saint-Exupéry aborda temas como la amistad, el amor, la pérdida y la naturaleza humana.
A pesar de que está dirigida a un público infantil, este libro ha tenido desde siempre un alud de lectores adultos, que han querido encontrar una profundidad filosófica en ese relato en que el autor incluyó algunos dibujos; por otro lado, «El principito» también ha recibido fuertes críticas, la última de ella de la mano del profesor universitario Jesús G. Maestro, que asocia la obra con una tendencia a lo que él llama «neotenia literaria», es decir, una infantilización del lector adulto por culpa de una deficiente formación en letras. Sea como fuere, el libro no cesa de estar entre las novedades editoriales año tras año: es reciente «El principito. Bookigami» (Destino), que propone «dobla cada página, forma tu libro, viaja con el Principito», en una edición interactiva para vivir la lectura con las manos, pues cada página se convierte en un pliegue que construye un objeto único; a ello se añade otra edición con ilustraciones de Pedro Oyarbide, el artista que hay detrás de las cubiertas de la saga «Blackwater». Ejemplos estos, junto con una biografía como la de Caamaño, de que, nos guste o no, «El principito» —el relato del encuentro, en el desierto del Sáhara, entre un aviador que ha sufrido una avería y un niño que se acerca a él para pedirle el dibujo de un cordero—, es un clásico inmarcesible.