Sentirse libre, no «asesino»
Volvieron los toros a Palma de Mallorca, a la bellísima plaza, o lo que es lo mismo regresó la libertad después de una tomadura de pelo al más puro estilo carnavalesco, que se permitieron el lujo de llamar la “ley balear” y burlarse de una tradición española con la que se identifican muchas personas, ajenas otras tantas. Un año duró el experimento político de creerse superior y quitar o poner allá donde no tienen derecho. Fue el propio Tribunal Constitucional el que se encargó de derrumbar la ley sacada de la manga y devolver la libertad a los ciudadanos. Libres para pagar su entrada e ir a ver el espectáculo, libres de no pisar nunca jamás una plaza de toros. Una libertad condicionada, envenenada, como las muchas trabas que ha sufrido la empresa a la hora de lograr los permisos para la celebración del festejo, apenas 24 horas antes de su celebración. En vilo hasta el final. Por otro lado, sin sorpresas, se esperaba.
Separados por una calle, al otro lado, la frontera divisoria, ocuparon un grupo de antitaurinos la acera enfrente de la plaza de toros, que es en sí un monumento y está de celebración. Le caen los 90. Eran pocos, ¿200? ¿300? Suponían la antesala de la celebración. El coro amenazante y sucio capaz de guiar la entrada de cualquiera con el consabido e infernal griterío de “asesino” o “asesina”. Para todos hubo. Difícil escaparse de una ametralladora moral que cuestiona principios “animalistas” contra la integridad de las propias personas. Incomparable con la expresión libre, previo paso por taquilla, que nos encontramos minutos después dentro de la plaza. La gente decide, cuando la dejan.