El toreo está podrido. Perdón, sus despachos. Si hacer historia no vale para ser el primero al que una empresa llame y ofrecerle en bandeja la tarde que guste en la Feria de San Isidro, ¿de qué sirve ser el número uno? Parece ser que de nada. Poco importa que Diego Ventura sea el último en cortar un rabo en Las Ventas. Los triunfos en la catedral ya no van a misa. Como tampoco van en ese templo llamado Maestranza. Ni menos aún en el norte, donde reina Pablo Hermoso de Mendoza, enemigo público del sevillano.
De Ventura –«el más grande», evocó Miguel García Rivero– se hablaba entre los amantes de lo ecuestre. «¿Pero por qué no viene?», interpeló un espectador...
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