En 1977, el entonces secretario general del PCE, Santiago Carrillo, manifestó en TVE que «socialismo y comunismo son lo mismo, sin que exista ninguna diferencia». Puntualizó que hay algunas entre los movimientos socialdemócratas clásicos que funcionan en otros países europeos. Luego leí a alguien –no recuerdo a quién– que la diferencia entre socialismo y comunismo era de tiempo. Las experiencias y reflexiones de conocidos críticos y disidentes del socialismo, en sus diferentes versiones e intensidades, que Ayn Rand clasificó en la matriz del colectivismo, son desde luego útiles en el análisis. La lista es extensa, unos reaccionaron a tiempo, otros en cambio, no. Algunos de los más conocidos son Solzhenitsyn en la URSS, Reinaldo Arenas en Cuba o el húngaro de origen británico Arthur Koestler, de quien no se comprende que nadie haya hecho una película española por su presencia durante nuestra Guerra Civil , sobre todo en estos tiempos de memoria democrática e histórica. En Alemania hay que recordar a uno de los máximos exponentes de las corrientes críticas, el escritor Rudolf Rocker, que publicó en 1925 un demoledor, y muy poco conocido ensayo, que tituló 'La influencia de las ideas absolutistas en el socialismo'. Lo hizo en una época en la que diversas formas de autoritarismo y totalitarismo estaban floreciendo y consolidándose en Europa, con los resultados por todos conocidos. Es un texto breve de un socialista, pero libertario, antiautoritario y antiestatal. Analiza de forma casi quirúrgica la tendencia histórica del socialismo hacia el autoritarismo, denunciando la pulsión marxista, bolchevique o del lassallianismo en las diferentes organizaciones socialistas que fueron apareciendo en el continente. En su obra reflexiona, teoriza y evidencia cómo gran parte del socialismo moderno, en todas sus gamas y mutaciones, bajo unas siglas u otras, heredó de modo casi inconsciente lo peor del absolutismo monárquico, del jacobinismo y también del cesarismo napoleónico. Su análisis y conclusiones, creo, no pueden ser hoy día más actuales. En efecto, a la luz de lo que estamos viendo en no pocos países europeos, puede no ser exageración empezar a pensar que el denominado socialismo democrático, la socialdemocracia misma, esa pretendida adaptación al liberalismo clásico de unas ideas siempre colectivistas, en nuestro continente ha sido una especie de entreacto. Habrá quienes lo nieguen y nos llamarán hiperbólicos, y parte de razón tendrán con las idealizadas experiencias centroeuropeas, nórdicas y británica, pero no podemos ignorar que las cuestiones democráticas esenciales como el pluralismo político, la separación de poderes o la libertad de expresión, están siendo seriamente amenazadas, por no decir trituradas, precisamente en esos lugares. Siguiendo el razonamiento y análisis de Rocker, esto sucede porque las corrientes autoritarias de la época postrevolucionaria francesa han estado siempre muy presentes en el socialismo, y desde Europa han ido incluso brotando hacia otros lugares con resultados similares a la luz de las circunstancias, condiciones y momentos sociopolíticos del lugar. En la lucha contra el liberalismo, las opciones socialistas han tomado y aceptado siempre las armas ideológicas del absolutismo, es decir, el culto al Estado fuerte , la programación social apoyándose en ideas-fuerza tan embriagadoras como irracionales, un colectivismo económico más o menos intenso, el desprecio por la libertad individual, la imposición de la igualdad prácticamente por la fuerza, ignorando los desvaríos que estas experiencias han provocado cada vez que se han puesto en práctica. Así las cosas, como en el periodo de entreguerras, hoy se sigue pensando y considerando al Estado como el gran organizador de la sociedad, y por eso los partidos de corte socialista, que son la práctica totalidad, consideran o tienen asumido que basta controlar el Estado y hacerlo omnipresente, para controlar todo e incluso alcanzar la impunidad, instaurando así un nuevo despotismo que podemos incluso llamar democracia. De hecho, nunca vimos a tantos déspotas gritando democracia. La hoja de ruta o la deriva no es especialmente complicada de identificar y comprender. Se empieza potenciando desmesuradamente el Estado social, despilfarrando todo lo que se puede para ampliar capas sociales dependientes, se sigue minando los contrapoderes, colocando sin pudor afines y gregarios en todos los espacios de decisión y capacidad económica y presupuestaria, se fagocitan o condicionan paralelamente los medios de comunicación, se lleva la ideologización a centros educativos y universidades, y se acaba incluso manipulando elecciones si fuera necesario. Porque como nos advirtió Hemingway, en esta deriva llega un momento en el que los gobiernos ya no pueden mantenerse por medios honestos. Es cierto, y no sería justo reconocerlo, que no todos los teóricos del socialismo compartían esta forma de ejercer el poder. Hemos conocido propuestas o tradiciones, como las de Godwin o incluso Proudhon, muy contrarias. Son experiencias entre las que incluso podemos incluir algunas figuras españolas, defensores de la extensión de la libertad individual, pero lo cierto es que no han sido quienes han triunfado. En la lucha obsesiva contra el liberalismo , como se ha apuntado, los representantes del socialismo triunfante siempre acaban recurriendo a métodos y estrategias del absolutismo, a veces de modo plenamente consciente, otras sin que haya sido advertido por la mayoría de ellos mismos, pues simplemente lo consideran justificado, útil y necesario. De la necesidad virtud, el fin justifica los medios, bien está lo que bien acaba, y hasta con Batasuna o el ISIS se entiende uno si fuera necesario para combatir el enemigo histórico, que no es otro que la libertad. No se puede olvidar en el análisis al otro gran crítico y disidente de la deriva autoritaria de las ideas socialistas, el yugoslavo Milovan Djilas, quien nos enseñó que los socialistas autoritarios son como vampiros, porque sobreviven a las circunstancias que vieron nacer y fracasar sus ideas. En efecto, el socialismo vuelve una y otra vez sobre sus objetivos, busca continuamente un rearme ideológico en los márgenes que el éxito de la fórmula del Estado liberal les ha dejado y en las oportunidades que le ofrece cada cataclismo, conflicto o cambio de ciclo económico, ahora también religioso. Siempre tendrán, además, el argumento de la extrema derecha como reflejo especular para atacar indiscriminadamente, aunque parezca una defensa, tal y como denunció nuestro Antonio Escohotado. Si la sociedad no reacciona y disiente a tiempo, el resultado de esta deriva no puede ser sino el desarrollo de unas condiciones que destruirán la convivencia y provocarán ruina, algo que no hay que descartar, visto lo visto, que sea un objetivo relativamente sencillo de conseguir gracias a la proliferación de las ideas antiliberales y totalitarias que hoy viven enmascaradas en las sociedades libres. No es catastrofismo, o tal vez sí. Pero no sabemos muy bien lo que ha pasado en Rumanía y si está justificado, ni lo que está ocurriendo en Gran Bretaña o Alemania, ni tampoco en Francia. No supimos adecuadamente lo que ocurría en EE.UU. estos últimos años y en Italia o Portugal tienen muy poca idea de la actualidad de España, con lo cerca que estamos. Visto en detalle y con perspectiva histórica, ignoro si en la vieja Europa se trabaja hoy para mejorar las condiciones democráticas o para liquidar el modelo. Sí creo que esta confusión es marca inequívoca del ascenso de una forma u otra de socialismo autoritario. En definitiva, la disidencia al socialismo, que no es otra cosa que el rechazo directo y frontal al autoritarismo y al cesarismo, lo protagonice quien lo protagonice, resulta hoy urgente, pues constituye el posicionamiento ciudadano más determinante para proteger la sociedad libre. No hacerlo a tiempo es un error histórico que acabaremos pagando todos.