Rafael Ramírez: "Trabajando en hoteles se aprende más que en mil conservatorios"
Hay quien oculta sus orígenes. Rafael Ramírez hace todo lo contrario. Saca pecho de sus años de hotel en hotel. Apenas era un adolescente tímido que se recorría los escenarios de la Costa del Sol junto a un equipo que le duplicaba y triplicaba en edad. Entonces creía que era tímido y que no valía para ello; sin embargo, el tiempo le ha demostrado que solo era «un niño», dice. Hoy es un hombre consagrado gracias a montajes pasados como «Lo preciso» o como el que presenta ahora en Centro Danza Matadero, «Crónica de un suceso»: «Madrid es otra cosa. Siempre le tenemos un respeto especial», apunta de un espectáculo que estrenó en París y que ya ha paseado por parte de España, además de Estados Unidos (Chicago, Washington, Nueva York, Miami, Nueva Orleans...); y donde, por encima de cualquier cosa, se rinde tributo a Antonio Gades en el 20.º aniversario de su muerte.
–Una sencilla: ¿qué es «Crónica de un suceso»?
–Un homenaje a Gades. No es un espectáculo biográfico. Solo es mi punto de vista sobre el legado que le ha dejado la danza y, sobre todo, lo que me he quedado yo de él.
–Suena potente, pero ¿por qué le ha puesto ese título?
–Quería que sonara cinematográfico porque él llevó el flamenco al cine con Saura, y viceversa. Y eso no podía pasar desapercibido. Juntos hicieron un tándem perfecto, un acuerdo de creación que no se había visto antes. «Crónica de un suceso» suena a algo importante... que continúa vigente.
–¿Cuál es su primer recuerdo del «maestro»?
–Sería con siete u ocho años al verlo en un programa de La 1. Me llamó la atención, fue mi primer gran acercamiento al flamenco.
–¿Y cómo le definiría?
–Como un clásico muy futurista. Fue alguien de nuestro tiempo. Te pones a analizar su obra y es que no pasa de moda.
"La timidez ha jugado en mi contra. Llegaba a un sitio y no respiraba para no molestar"
–Por eso es un «clásico», ¿no?
–Por ello también me daba tanto respeto hacer este montaje. Le tenía en el foco desde pequeño y esa admiración te cohíbe un poco.
–Supongo que ello te obliga a no hacer medianías, a darlo todo.
–Claro, por eso he esperado tanto. Hasta ahora no me sentía maduro artísticamente como para defender algo así. Otro trabajo diferente es el de su fundación. Lo mío es más personal, es mi punto de vista. No he repuesto sus piezas ni hecho sus coreografías.
–¿Dialoga con él?
–Sí. Voy de su mano. Aquí no solo se aborda su vida artística, sino que también hay cosas personales, como esa capa usada de falda. Hizo «Bernarda Alba» y no lo pudo estrenar en España porque vestirse de mujer en escena no estaba bien visto; entonces, se lo llevó a Francia. La falda representa ese lado reivindicativo y luchador de Gades.
–¿Cuáles son esos «puntos de inflexión» de Gades en los que se detiene este montaje?
–Las mujeres: el amor carnal, el amor fraternal y el amor profesional. Eso marcó su vida. Otra clave es el paralelismo entre contemporáneo y clasicismo; y por último, la relación del cine con el flamenco: «Carmen», «Bodas de sangre»...
"Me obsesiona el equilibrio entre lo clásico y la vanguardia"
–¿Estamos ante «danza de autor», como ha dicho la crítica?
–Me parece un titular muy potente, pero si lo analizas es así porque es algo que he creado yo.
–¿Y cuál es esa impronta de Rafael Ramírez?
–Lo clásico debe estar. Estamos en un tiempo en el que la vanguardia, a quien no la sabe usar, le puede hacer mucho daño. Porque los puntos de raíz tienen que estar. Entonces, yo creo que me muevo bien ahí, tengo esas bases asentadas. La palabra clásico me define bastante bien. Y desde ahí busco el equilibrio con la vanguardia, que es algo que me obsesiona. También creo que soy fiel a mí mismo. En los primeros espectáculos estaba muy pendiente de lo que hacía o se llevaba la gente. Esta vez estaba tan enfocado en Gades que me ha hecho olvidar el ruido de fuera. Con escucharle a él y a mí tenía suficiente. Aquí tres son multitud [risas].
–¿Qué tiene Málaga para que los años 80-90 dieran nombres como Rocío Molina, Luz Arcas, Alberto Cortés, usted...?
–El «boom», la Costa del Sol. Todas las grandes pasaron por allí: las Flores, Rocío Jurado... Allí se reunían y creaban arte. A mí, personalmente, me ha aportado muchísimo: empecé haciendo hoteles y fiestas privadas allí. Mi enseñanza ha sido en ese mundo. Ahí me crecí. Hay gente que se avergüenza de la escuela de los hoteles. No quieren decirlo y a mí me parece un paso natural. Ahí se aprende más que en mil clases y mil conservatorios: aprendes a salir de todas. Comencé con catorce años y mis compañeras tenían 30 y cuarenta. Era el niño y pensaba que no me podía dedicar a esto porque era muy vergonzoso, todo lo contrario a ellas. Luego ves que no es que fuera tímido, sino que solo tenía catorce años. Mi personalidad tímida ha jugado en mi contra alguna vez. Llegaba a un sitio y no respiraba para no molestar, no hablaba.
–¿Y cómo se quitó esa barrera?
–Conociendo a gente: los compañeros, los de sastrería, los de iluminación... Aunque me sigue pasando con las entrevistas; si pudiera escaparme en el último momento lo haría.
- Dónde: Centro Danza Matadero, Madrid. Cuándo: 27 y 28 de diciembre. Cuánto: desde 18 euros