Sugerencias para andar por el 2026
Cerrando el año 2025 me he sentido animado a compartir algunas sugerencias personales y profesionales, como sicólogo, que considero útiles para entrar en el difícil camino de 2026. El paso de un año a otro tiene un valor simbólico de cambio indudable. Pero no nos confundamos. Los cambios no vendrán por la simple modificación de un número. Ni tan siquiera por tener claro donde estamos y a dónde queremos llegar, cosa esta que es de gran ayuda. Los actores del cambio no son ni tan siquiera las miradas estratégicas. No. Los actores somos nosotros. Cada uno de nosotros.
Queremos una vida mejor. No hay duda. Pero nadie nos la va a regalar. Tenemos que hacerla. No podemos esperar por algo que esté fuera de nosotros. Contar con nosotros mismos. Aquí van mis «sugerencias para andar por el 2026», no para asumirlas acríticamente, sino para relaborarlas, hacerlas crecer, multiplicarlas. Yo creo que vale la pena.
Identificar el sentido de nuestra vida. Este es un punto de partida y de retorno constante. Él nos hace capaces de construir y de resistir. Reconocerlo y asumirlo nos redime. No dejarlo atrapado entre las dificultades cotidianas, que llegan a ser muy fuertes, pero no insuperables. El sentido de la vida que nos guía es humanista, autónomo e interconectado. Nacido en nuestra tierra, custodiado en nuestra familia y multiplicado por nuestras decisiones. Abraza a todos y todas. Supera las diferencias y refuerza las comunidades. A veces parece desvanecerse. Se siente lastimado. Pero si extendemos la mano y encontramos otra, se renueva, vuelve en sí y nos convoca a seguir. Protegerlo es nuestro deber. Alimentarlo, nuestra misión. «Entender una misión, ennoblecerla y cumplirla» (Martí). Confiar en él confiando en los otros, es una buena forma de hacer que la vida siga y que seamos capaces de hacerla mejor, más dotada para el bienestar de todas y de todos.
Ampliar nuestra percepción de la realidad. No es bueno hacer de un foco estrecho el sustento de nuestras generalizaciones. Ni en negativo, ni en positivo. Lo primero nos lleva a un pesimismo acérrimo, que convoca a la desesperanza, a la frustración. Es capaz de ponernos en manos de la depresión, del malestar generalizado. Nos empantana en la queja y la inacción. Lo segundo se traduce en una suerte de alucinación. Convoca al triunfalismo falaz, evasivo. Nos hace confundir deseo y realidad, alejándonos de la adecuación competente. La opción no es binaria, ni excluyente. Es plural e inclusiva. Como la vida misma. Nuestra percepción puede hacer de nuestra vida un espacio de oportunidades. Aprovecharlas también depende de nosotros.
Alejarse del desespero y no entregarse a las incertidumbres. Ciertamente, no son pocas las incertidumbres, ni las existenciales, ni las cotidianas. La escasez sostenida las promueve. Vivir de lo que hay y no de lo que se quiere, ensombrece las certezas de lo que habrá. Descalifica la percepción del tiempo dilatándolo, y retorna el desespero. Es un círculo al que somos propensos. Pero ser invitado, no es lo mismo que aceptar la invitación. Siempre hay otras alternativas más proactivas y saludables. Es muy triste intentar y no lograr. Pero más triste es ni siquiera intentarlo. Mejor afiliarse a los que luchan, a los que buscan salidas y soluciones. El no, siempre está disponible. Pero es mucho mejor salir a buscar el sí.
Robustecer los nexos familiares. La familia es nuestro remanso de paz, bienestar y felicidad. La familia de afectos y decisiones. Concéntrica o diseminada. Es la familia. Dejar atrás los rencores, las malas experiencias. Invocar los buenos sentimientos. Lidiar con las diferencias poniendo el acento en las comunidades. Todos y todas, necesitamos de todas y todos. Ser un cuerpo único, con un solo corazón y muchas cabezas que piensan de modo particular. Así se hace la armonía familiar, la que no da cabida al odio, a la violencia, a todas las formas ríspidas de afrontar las diferencias y conflictos que puedan existir. Extender el sentido de familiaridad a otras personas: amistades, vecinos, compañeros de trabajo. Los sentimientos que unen no tienen que ser privativos. Amarnos los unos a los otros, es de un valor ético poderoso que refuerza nuestras esencias.
Flexibilizar nuestros espacios de inserción social. Venimos del intento de construir una sociedad abastecedora. Esperábamos lo que nos tocaba. Hoy estamos en el autoabastecimiento, en la gestión de lo que necesitamos. Tendremos lo que seamos capaces de producir. Tenemos que producir nuestra propia vida. La creatividad y la innovación, el emprendimiento y la búsqueda de nuevos caminos se convierten en capacidades prioritarias. No seguir buscando donde ya sabemos que no hay. Buscar donde no sabemos, pero podremos saber. Llegar al lugar anhelado, no significa hacer lo que siempre esperamos hacer. La realización no consiste en lograr lo que se quiere, sino en querer, saber querer, lo que se logra. Los caminos son diversos, como diversas son las formas de desandarlos y andarlos de otra manera.
Compartir lo alcanzado. Es sobre todo un acto de gratitud. Nosotros recibimos lo que otros compartieron. Nos toca ahora compartir. Compartir no solo hace el bien a otras personas. Nos hace un bien a nosotros mismos. Quien comparte honra su vida honrando la de otro. Se hace mejor persona. El abuso, de cualquier tipo, es un acto de violencia que contradice lo humano. El egoísmo es una enfermedad del alma. Como la hipocresía. Como la falta de sensibilidad ante el dolor ajeno. La vulnerabilidad de unos es construida por otros. Eliminarla es un imperativo moral. Las inequidades refuerzan la insanidad. Hacer justicia es un acto sanador.
Construir la esperanza compartida. La de uno y la de todos. La esperanza es un anticipo que nos da la felicidad. Y el derecho a la felicidad, es universal. No hay que tener para ser alguien querido, respetado. «Tener no es signo de malvado. Y no tener tampoco es prueba de que acompañe la virtud». (Silvio). La esperanza es el ancla que nos permite resistir las tormentas, las embestidas de la vida. La esperanza es también el viento que nos mueve cuando ponemos rumbo al bienestar. Construir es asumir la responsabilidad del empeño y del resultado. Construir esperanza es el único modo de tener esperanza. Nadie nos la puede dar. Solo podemos construirla. Tenemos que acompañarla de la fe: la certeza, la confianza en que lo lograremos.
Lo que será mañana, está en construcción hoy.
Creer que vale la pena, sentir que vale la pena, es una decisión sabia y alentadora.