Carla Morrison: "Todos somos un poco iguales, tenemos las mismas batallas y aventuras"
La cantante y compositora mexicana Carla Morrison (Tecate, Baja California, 1986) ha visitado España con motivo del sencillo que acaba de grabar con Pablo Alborán, «Si te quedas». Con casi dos décadas de carrera y tres premios Grammy Latinos en su haber, trabaja en un nuevo disco que verá la luz en 2026. Hace un par de años hizo dos fechas en el Teatro Lara (Madrid) con todas las entradas agotadas, a pesar de lo cual España sigue siendo una asignatura pendiente. Le pregunto qué es lo que los lectores que lean esta entrevista y se animen a escuchar sus canciones van a encontrar en ellas, a qué diría ella que suena Carla Morrison, qué tiene esa artista: «Mmm –sonríe y reflexiona unos segundos antes de contestar–. Creo que en mi música hay mucha crudeza, mucha honestidad, mucha pasión, mucho amor. Me gustan mucho el amor y el desamor, y me han dicho que mi voz es como si cantara desde la herida, no desde una estrategia o intentando pegar. Lo que escuchan es lo que es, pero por alguna razón parece que duele cada vez que canto». En sus canciones, la tristeza y la melancolía están ligadas a la calma; como quien escribe tras haber cruzado una línea, la del desamor: «Sí, así es, es la reflexión después de todo lo que sucedió. Me gusta mucho filosofar, reflexionar, vivir desde esa parte donde la verdad duele, y me gusta ponerla en la mesa porque siento que hay muchos temas que no se hablan. Desde mi primer disco, el EP “Aprendiendo a aprender”, y luego en mis otros trabajos, “Déjenme llorar”, “Amor supremo”, “El renacimiento”, he puesto siempre en la mesa algún tipo de conversación. En el último fue la salud mental; en el anterior, la negociación de una relación larga; en el anterior a ese fue el duelo de terminar con una pareja. Siento que hoy en día estamos un poco desconectados de nosotros mismos, muy distraídos, y para mí es como una misión hacer sentir viva a la gente con mis canciones».
«Me han dicho que mi voz es como si cantara desde la herida, no desde una estrategia o intentando pegar»
El apellido Morrison, paterno, es estadounidense, y la elección de ese nombre artístico, para una mexicana que canta en español, tuvo algo de audacia: «No estaba tan de acuerdo al principio, pero al final me lo quedé –explica–. Toda mi vida viví en la frontera y siempre sentí que era muy mexicana, pero en México me sentía muy agringada y en Estados Unidos me sentía muy mexicana. Con mi papá hablaba todo el tiempo en inglés y con mi mamá en español, y yo siempre decía, ay, me jode estar como a la mitad. Y luego me di cuenta de que fue algo muy bueno porque me dio internacionalidad y me abrió muchas puertas. Y eso fue gracias a mi abuelo, que decidió adoptar a mi padre cuando estaba chiquito y nos dio todas estas oportunidades que a lo mejor yo no hubiera tenido. Una vez le pregunté a mi papá si tenía algo que ver con Jim Morrison –introduce como si lo que va a contar no tuviera un punto asombroso– y me dijo que sí, que al parecer era como un primo lejano que mi bisabuela decía “no lo menciones, no digas, es una vergüenza”, ja, ja, ja. Y ahora pienso, ¡guau, qué fuerte!».
Bunbury y Dani Martín
Carla ha grabado con muchos músicos, entre ellos Enrique Bunbury y Dani Martín. ¿Qué destacaría de esos dos artistas tan distintos y qué le ha llegado más de ellos? «Dios de mi vida. Es que yo crecí con Enrique y me encantó. O sea, yo me ponía borracha con sus canciones y me encantaba que estaba muy vaquero, pero al mismo tiempo era muy español en su manera de expresarse y de cantar. Y me gustó mucho como artista cuando trabajé con él. Enrique me ha dado consejos que hasta el día de hoy me sirven y se ha sentado conmigo en mi carro a escuchar mi nuevo disco y a decirme qué opina, es alguien muy generoso. Y cuando gané mi primer Grammy fue la primera mano que se levantó entre el público. He aprendido muchas cosas de él, es muy noble, muy artista, y me dijo: «Carla, a nadie le va a importar tu carrera más que a ti, entonces tienes que saber qué es lo que quieres y saber decirlo». Por otro lado, yo estaba familiarizada con El Canto del Loco y recuerdo que cuando colaboré con Dani Martín fue muy trabajador, muy generoso, muy dedicado. Me regaló una guitarra y fue todo muy poético, muy bello, y me vi muy reflejada en él. Platicamos mucho de cómo llevamos nuestras carreras. De los dos me he llevado cosas diferentes, pero al mismo tiempo mucha buena onda y compañerismo. Fueron muy caballeros conmigo y me cuidaron un montón. Dani tiene un toque más moderno y Enrique es como una rockstar de las de antes».
«Dani Martín tiene un toque más moderno y Bunbury es como una rockstar de las de antes»
Esta artista ejerce la filantropía de distintas formas: ha apoyado a niños con cáncer y escasos recursos económicos, entre otras causas nobles, ¿por qué? «Pues porque me parece muy importante. Mucha otra gente no tiene ese micrófono –señala–, y por eso hay que hablar de temas de los que a veces no se quiere hablar. No hay que hablar del feminismo porque trae problemas, porque hace sentir mal a los hombres. Y el feminismo solo está hablando de que haya igualdad, no solamente entre mujeres, también entre hombres; que los hombres se sientan tranquilos y no caiga toda la responsabilidad en ellos, etcétera. Y lo mismo con el LGBT y la salud mental, que es algo que durante mucho tiempo, por lo menos en México, era un tema tabú, y decir que vas al psicólogo es decir que vas al loquero. Me parece importante y más porque conecta con mi música, que tiene un propósito de hacer sentir viva a la gente, que se cuestione, que reflexione. Entonces me parecería un poco raro no tomar partido. Pero –añade– creo que cada quien tiene que hacer lo que le nazca, que un artista no está obligado a hacerlo. ¿Por qué estamos poniéndole tanto peso a un artista? Deberíamos estarle poniendo peso a la gente que realmente puede hacer un cambio, hay que cambiar el foco. Pero lo importante es darnos cuenta de que todos somos un poco iguales, que tenemos las mismas batallas y las mismas aventuras, aunque sea en momentos diferentes», concluye.
«El feminismo solo está hablando de que haya igualdad, no solamente entre mujeres, también entre hombres»
TE REGALO MIS PIERNAS
Por Javier Menéndez Flores
Llega la voz como una caricia, igual que irrumpen los besos en los sueños, hondamente, y te ofrece sus piernas. No su corazón, tampoco sus manos, ni siquiera sus ojos: te regala sus piernas; las mismas que sostienen el alma de quien camina descalza sobre una alfombra de cristales que, por más que parezcan lágrimas, dañan como solo saben hacerlo los cristales. Y fuera, al otro lado de la ventana, cae la nieve con estruendo de bomba. Y en la chimenea de esa habitación sin fotos, sin risas, con exceso de pasado, arde ese amor que en un mal volantazo se salió de la autopista y dio trece vueltas de campana. Y así las cosas no es difícil que el mundo sea un vértigo constante y una fiebre altísima y un dolor que no reside en un punto concreto y que ocupa sin embargo cada centímetro de ti.
México son muchos mundos en uno y mil sabores distintos y un calor que es el fuego mismo y un frío que no se aviene a razones. Y la cerveza es un flotador y la risa una bandera y las guitarras lloran como si fuesen de carne y hueso y las gargantas se confiesan con cada frase que expulsan. Quien crece a los pies del Cerro Cuchumá conoce la definición exacta de «tiempo detenido». Y esa atmósfera de foto nítida, de instante quieto, se la llevó a sus canciones la muchacha que cada dos por tres se veía a sí misma desde el aire, porque echar a volar está en su sangre igual que la euforia y la melancolía. Y con Alejandra, Lupita y Carlitos quedan todavía mil encuentros pendientes y risas que de tan poderosas disipan las tinieblas.
Uno es de donde brotó, y la madre trabajadora, aguerrida, independiente, indócil, musical como un arpa, poeta, le dio el mejor consejo posible: haz lo que quieras hacer, lo que te queme, pero hazlo bien. Y el padre que iba y venía como las veletas, pese a sentirse acechado por los demonios de los tragos, de la ansiedad, de las paredes que se estrechan y te aplastan sin remedio, cuando estaba sabía dejar su marca como el hierro a las reses y tenía la lucidez suficiente como para sentenciar que el dinero va y viene, pero la gente que merece la pena se queda. Y Patsy Cline no estaba triste, Carla, tú lo sabes, lo que ocurre es que solo sabía cantar con las vísceras.
«Me moriré en París con aguacero / un día del cual tengo ya el recuerdo», escribió el poeta más desolado de la historia, César Vallejo, y con ese sentimiento de cataclismo interior pisaste por vez primera los Campos Elíseos. Pero qué poco costó enamorarse de los cafés de postal, de las avenidas cargadas de luz, del vino y el queso de los dioses, del sosiego interminable, de las miradas que no buscan otra cosa que la belleza que flota alrededor y que, si te fijas bien, puedes advertir en los detalles más leves. Y fue allí donde aprendiste a decir no sin sentirte culpable, porque el mexicano nunca dice que no y eso no puede ser de ninguna de las maneras.
La vida es un puñado de personas, de sabores, de paisajes, de libros, de películas, de canciones. Y tú vuelves a cada rato, obsesivamente, a los mismos lugares: a la infancia como un mar silente, a «Wonderful tonight», a «Tú de qué vas» y a «Dos monedas», en donde tiendes a mirarte como en un espejo cruel. Veinte años llevas aprendiendo a aprender y llorando cuando quieres, con la libertad que te da saberte dueña de tus dolores y alegrías. Y si él se queda, tú también. Y si hace falta le regalas tus piernas, tus fuerzas, porque lo amarás hasta morir.