Ni una sola verdad
No descarto que mañana a primera hora la postura del Gobierno pase a ser que la tierra es plana. Y lo justificarán diciendo que es lo que pone en los libros de texto de la mayoría de los países europeos. Y otra vez será mentira y tampoco sucederá nada. Pueden decir, como un órdago que abra los periódicos, que la ceguera se cura con aguardiente, que la capital de Italia es París, que Murcia no existe y que el hombre nunca llegó a la luna. Puede salir Pedro Sánchez explicando todo esto en hora de máxima audiencia y ya no nos sorprendería nada. Si para aprobar los presupuestos los nacionalistas le dicen al presidente que debe afirmar que Ávila no tiene muralla, ya saben lo que dirán desde Moncloa. O que en Valladolid no sabemos lo que es la niebla. Que las vacas británicas no dan leche, sino gintonic muy fresco… Y lo avalará algún cargo justificando que esto es así por la latitud a la que se encuentran. Firmarían, incluso, que el español es un dialecto del noruego. Declararían proscrita la teoría de la evolución. Ya dijeron que los hijos no son de los padres, como si se concibiesen únicamente cada mañana que un funcionario de nueve a tres pulsa un botón. Ahora manifiestan que el delito de sedición hay que eliminarlo porque es una exageración del ordenamiento jurídico y aquí seguimos. A partir de ahora sólo nos queda sujetarnos a lo poco que quede en pie. No sabría decir cuántas de las cosas que teníamos seguras –como el Código Penal– bajo nuestros pies seguirán siendo así. Qué difícil es combatir las mentiras, aunque se sofoquen exclusivamente con la verdad. Han hecho de la política una guerra de guerrillas donde atacan con mentiras cada día aleatoriamente. Pequeñas escaramuzas aquí y allá para desviar la atención de lo que importa. Da igual cuántas veces repitiese Pedro Sánchez durante la campaña electoral que no pactaría con Bildu. Aquí estamos. Ya es más grave ir sin mascarilla en el AVE que declarar la independencia y violentar la convivencia en Cataluña. El problema no es que mientan, es que cambien todo lo que era sólido en una democracia exitosa para sostener la nueva verdad. Una verdad oficial, burocrática y arrodillada al chantaje de todos los que quieren vender España de saldo y despiezada en cualquier mercadillo un domingo por la mañana. Se ha vuelto la política un lugar para tipos sin escrúpulos, un territorio donde están proscritos los científicos, los hombres honrados y sobre todo los que tienen memoria. Sólo hay una verdad y es la que digan los socios independentistas del Gobierno, que para eso son los que tienen la gobernabilidad de España cogida por el poder Ejecutivo y el Legislativo. Ya veremos el Judicial. Y el Gobierno y sus ministros, cuando hagan una declaración, dirán cualquier cosa que tenga que decir menos una sola verdad. El día que digan tan sólo una, será el final... al menos el del PSOE.