Un daño irreversible
Hace poco más de una semana, la izquierda española y la de los países alineados contra Israel estaban convencidas de que la causa palestina había encontrado en Pedro Sánchez a su nuevo valedor en el concierto mundial. Es cierto que su posición encontró poco eco entre los aliados europeos, pero la convicción que el presidente transmitía sobre el reconocimiento del Estado palestino daba a entender que Sánchez no se iba a parar en más consideraciones que los deseos de su sector político. Hoy, el país aguarda expectante cuál será la decisión de un presidente que en un rapto que sólo puede reconocerse entre los adolescentes ha tenido al país en vilo durante cinco días, situándolo al margen de la normalidad institucional. El órdago planteado a la ciudadanía es de tal magnitud que Sánchez no puede comparecer hoy como si no hubiera pasado nada. Si decide continuar, deberá explicar muy bien qué es lo que le llevó a amenazar con renunciar a su cargo y qué le hizo pensar que ser presidente del Gobierno de España ya no merecía la pena. Si continúa, tiene que extenderse sobre las condiciones en que lo hace, y confesar si sigue pensando que hay una «constelación de cabeceras ultraconservadoras» que participan de una «operación de acoso y derribo» en su contra. Sánchez, en fin, tiene hoy la palabra y debe explicarse ante un país que espera razonamientos que vayan más allá de los fantasmas del franquismo, de las calumnias dirigidas al hermano de Isabel Díaz Ayuso o de los síndromes típicos de la adolescencia que exhibió hasta el miércoles. Una mayoría abrumadora de los dirigentes socialistas y del entorno del presidente del Gobierno se ha encargado de transmitir a lo largo del fin de semana que el jefe del Ejecutivo habría decidido renunciar al cargo. Si se considera que la norma de actuación de Sánchez es proceder contradiciendo siempre lo que ha prometido, o lo que la mayoría cree, esto sería un indicador de que perseverará como presidente. Resulta muy difícil imaginar que Sánchez pueda considerar que situándose a la intemperie va a poder defenderse mejor ante las instancias judiciales y políticas. Independientemente de lo que anuncie en su comparecencia ante la opinión pública, el daño que Pedro Sánchez ha infligido al país ya es irreparable. No sólo se trata del enorme deterioro institucional que se ha producido durante sus años en el poder, abusando del gobierno por decreto para ocultar sus fragilidades parlamentarias, o del nepotismo y la designación a dedo de sus leales para copar las instituciones del Estado y ponerlas a sus pies. Ni hablar del desgobierno que representó la ley del 'sólo sí es sí' por huir del procedimiento parlamentario estricto para dejar de oír a los órganos constitucionales, o de la colonización del Tribunal Constitucional, o de lo que ha hecho con la Fiscalía General del Estado, a la que ha ahormado rigurosamente a su noción de que debe estar a sus órdenes y no a la del Estado de derecho. Su penúltimo acto político ha sido reclamar la atención de todos los españoles por la vía de someterlos a un suspense inaceptable en una democracia europea, donde se supone que la previsibilidad de la conducta del Estado debe ser un requisito irrenunciable y donde se espera de un jefe del Ejecutivo la responsabilidad de no enfrentar a la ciudadanía, de no cargar contra el Poder Judicial, de no criminalizar a la prensa libre y, en definitiva, de actuar como nexo de unión de la sociedad, no como disolvente de todo consenso cívico y político.