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First dates
Iban, estilista madrileño de 22 años, llegó al restaurante de «First Dates» resaltando sus peculiaridades: «A la gente le gusta tomar el sol, pero a mí no me gusta nada. Además, estéticamente es malo para la piel. Supongo que por eso me dicen que parezco un vampiro». Contó el joven que le gusta «no ser como el resto de la gente, una oveja más del rebaño. Me gusta llamar la atención y que me miren». Iban iba vestido con ropa colorida y muy llamativa, además de llevar un pendiente que era un patito de goma.
Su pareja iba a ser Raúl, un vallisoletano de 20 años que estudia magisterio. «Nunca he tenido una relación seria con un chico», reconoció Raúl, «aunque con una chica, por desgracia, sí. Es que en un pueblo pequeño ligar es difícil: hay poco donde elegir y muchos chicos no se atreven a salir del armario». Sobera los presentó frente a la barra, y la primera impresión para Iban no fue muy positiva: «Físicamente me parece muy sobrio, le faltaba algo». Los primeros compases de su charla fueron tensos y se notaba que ambos estaban muy nerviosos.
Una vez en la mesa se les fueron soltando las lenguas y hablaron sobre sus vidas, aunque se notaba a primera vista que la pareja no tendría mucho futuro. Sus caracteres eran totalmente opuestos, y eso quedó patente durante la cita. Tampoco a Raúl le gustaba mucho el aspecto extravaganete y llamativo de Iban: «No me atrae que vaya tan maquillado». El estilista le reprochó a Raúl que era «un santo, que nunca en tu vida la has liado parda». El vallisoletano no intentó defenderse y reconoció que le gusta «la fiesta moderada».
Iban puso mala cara y Raúl continuó explicándose: «Es que soy muy ahorrador. No me gusta gastar en cosas innecesarias, y casi todo me parece innecesario». Estas palabaras acabaron de convencer a Iban de que Raçul y él no tenían futuro como pareja: «Me gusta la gente que llama la atención, y él es muy común». El final fue el esperado y ninguno de los dos quiso tener una segunda cita con el otro.
Un poco más adelante llegó Ivan, un conserje madrileño de 25 años que se definió como «inquieto, hiperactivo y cabra loca». Nada más entrar Sobera se dio cuenta de que tenía algo extraño tras las orejas: «Es que tengo unas dilataciones muy grandes y, cuando me las quito, me tengo que recoger así las orejas». Su pareja fue Saray, estudiante madrileño de 22 años que se presentó como «una chica muy fiestera».
Pasaron al comedor y ella empezó hablando de los muchos tatuajes de Iván. «Tengo muchos y muy complejos, y estos son solo los que puedes ver». A Saray le sorprendió que el chico estuviese tan tatuado: «No me lo esperaba, pero no pasa nada». Ella le contó a él que le gustaba «salir de fiesta, ir de compras y estar con mis colega. Soy muy básica en ese sentido».
«No me importa que salga de fiesta», dijo él en el confesionario, «pero sería llevar dos ritmos de vida que no encajan». Siguieron charlando sobre sus viajes y proyectos de futuro, e Iván se puso a hablar sobre lo poco que le gustaba el mar. Mientras hablaba con Saray dijo de pronto, a propósito, «¡Uy! Se me ha despegado la oreja...», y desenroscó los lóbulos que tenía enroscados tras la oreja. Luego se puso las dilataciones mientras Saray alucinaba: «He flipado, no me lo esperaba. La verdad que me ha echado para atrás que se le cayese un cacho de oreja». Al final, aunque ella se animó a darle auna segunda oportunidad, él prefirió que siguiesen solamente como amigos.