El golpe
El Presidente dijo: “golpe de Estado” y dan escalofríos porque el contexto lo pone en mayúsculas, itálicas y negritas.
Las mayúsculas. Tal alocución, basta con que esté en boca del Presidente para que parezca invocación. Ganas dan de pedirle ipso facto que toque madera, se eche sal sobre los hombros, murmure alguna jaculatoria y se persigne. Todavía recuerdo a Calderón explicándonos cómo cubrirnos el rostro con el codo al estornudar en la época de la crisis de la influenza. La argucia comunicativa funciona porque el Ejecutivo es el vocero por excelencia: “Si el Presidente lo dice, debe ser cierto”. No habla la persona, sino la investidura, y tiene que cuidar su dicho.
Las itálicas. El “gran solitario de palacio” no es tal. El ambiente político está sobrepoblado y bullicioso. No se trata del profeta encadenado en la torre anunciando la destrucción que se avecina. Hay ecos por todas partes; ayer el Senado estaba efervescente. El mismo que hace unos días entregaba la medalla Belisario Domínguez a doña Rosario Ibarra de Piedra, ayer se desgarraba discutiendo si su hija debería o no ocupar la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Y es solo un ejemplo del inquieto ambiente nacional.
Las negritas. Latinoamérica convulsiona. Al más puro estilo ochentero, el sur nos recuerda de cruda manera que también existe. Lo que creímos que eran vectores que dibujaban las transiciones a la democracia del subcontinente, parecieran ser unas ligas que recién se rompen y vuelven a su punto de partida; al confort autoritario que conocieron. Son ex gorditos que decidieron que la dieta no valía más la pena, se atiborraron de un sentón y sacaron sus pantalones de elástico: los viejos políticos, los que nunca se fueron; los que saben sobrevivir en la democracia y también operar con eficiencia su desaparición.
¿Es México un gordo en pausa que decidió que bastaba ya de privaciones y está en pleno atracón para volver a la dictadura perfecta? Así sería nuestro “golpe de Estado”.
Politóloga* miriamhd4@yahoo.com