"Category is": extrema derecha "realness"
Una comadre drag, sevillana ella, celebró con un post de arranques políticos en uno de sus muros de redes sociales, que el rey Felipe de España felicitara a la revista Shangay. La publicación que ha visibilizado la realidad de la comunidad Lgbttti española llegaba a su primer cuarto de siglo y por lo visto la corona no quiso aislarse de la colorida fiesta cargada de conversaciones políticas sobre los derechos ganados y los que faltan por conquistar, aprovechando la oportunidad para demostrar un poco de modernidad frente a sus anticuados protocolos. Confieso mi ignorancia en temas de la monarquía española, excepto por los chismes del ¡Hola!, así que insensiblemente, bajo el post de mi comadre, colgué un video de La Polla Records, la banda de punk vasco que acompaña mis desplantes de inconformidad separatista desde la secundaria.
¿En qué beneficia que un rey alejado de la realidad y la conciencia del tiempo se muestre simpatizante con un colectivo cuya primera definición no sea el deber de la estirpe? No lo sé. Quizás en la inspiración de opulencia drag. La felicitación del rey Felipe me hizo recordar la secuencia del piloto de Pose, la serie de Ryan Murphy, cuando los miembros de la House of Abundance deciden romper los cristales que protegen una colección de prendas exhibidas en el Museo de Modas y Diseño de Nueva York para robarlas, huir de la policía, cambiarse a velocidad de cocaína y usarlas en un walk con tal de ganar despampanantes, la categoría de la corte real o realeza realness en el ballroom más famoso de 1987.
Amén que el rey Felipe ha tenido coqueteos sin protocolos que encubran los posibles cotilleos con un partido de extrema derecha: “Vox se ha hecho la tercera fuerza política de España por un camino parecido a lo que pasó en el resto del mundo. La izquierda se elitizó, atendiendo más a la clase académica y magnates de los medios de comunicación que a los trabajadores. Es un proceso que han denunciado con brillantez académicos progresistas como Thomas Piketty, Thomas Frank y Mark Lilla, entre otros. La izquierda española, especialmente la izquierda del PSOE, siente desconexión y rechazo respecto a los precarios, al mundo rural y a las familias tradicionales… Por otro lado, Vox apela a valores comprensibles por las clases bajas, como la familia, la patria y el entorno cotidiano, subrayan los vínculos sociales en un momento en que el neoliberalismo los destruye cada día”, me comenta el soriano crítico cultural Víctor Lenore, autor de los ácidos y despiadados libros Indies, hipsters y gafapastas o el más reciente Espectros de la movida: por qué odiar los años 80, al preguntarle una posible explicación sobre el preocupante ascenso de Vox.
No deja de ser interesante que mi compa Lenore mencione a la familia tradicional como eventual combustible del peligroso partido Vox, cuando siempre he creído que la tradición familiar es moralmente opuesta a la identidad homosexual. En ese mismo capítulo cero de Pose se muestra a uno de los protagonistas echado de su casa violentamente por su propio padre, pues las revistas de porno gay que le descubre pervierten la tradición de la familia, y sin embargo, el productor Ryan Murphy insiste en reivindicar a sus personajes gays y transexuales mediante la emulación sentimental de esas tradiciones que los mantienen marginados, acentuando el melodrama alrededor de las casas que compiten en los ballrooms, el matriarcado tradicionalmente regañón y manipulador, como todas las mamás al fin y al cabo, deseosos de pertenecer mercado de los blancos, sin oportunidad de rebeldía o la creación de su propio sistema que no rinda cuentas a nadie.
En una época de altísima visibilidad Lgbttti, de matrimonios igualitarios y adopciones homoparentales, la derecha avanza como tercera fuerza política en España, alienta golpes de Estado en Bolivia a niveles que ponen la Biblia y su repulsión por la sodomía encima de su bandera, estimula la homofobia del presidente Bolsonaro en Brasil y refuerza el conservadurismo de Trump.
Como puto, siento una trastornada obligación de partirme la madre con la tradición. Estoy convencido que los gays nos proveemos de un hedonismo kamikaze y que deberíamos contraatacar la homofobia desde ese infértil privilegio, desde el orgullo por lo anormal, desde el último grado de sudor y testosterona donde el consumismo deja de importar con tal de saciar nuestra perecedera virilidad. Hemos preferido asimilar los derechos con la condescendencia de la heteronorma, que subvertir la mentada igualdad, creando vínculos en nuestra intimidad no-reproductiva no excenta de política.
Sigo dándole vueltas al fenómeno del fuerte revival del voeguin y sus feroces y afeminadas competencias, coincidiendo con el fuerte ascenso de una derecha conservadora, fanática, homofóbica y sí, tradicional, exactamente igual que en 1987, año clave del voeguin, cuando Ronald Reagan se hacía pendejo con el sida, como si en el fondo se anhelara la persecución de la derecha, acaso como para que la lucha tenga una estimulación patente. O porque simplemente no hay escapatoria a la tradición. Hetero desde luego.
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