La historia que Trump no creería: así es como los migrantes impulsan las economías
Los gobiernos de todo el mundo intentan hacer que la inmigración funcione para sus economías sin avivar las llamas políticas. El nativismo ayudó a cristalizar el Brexit en Reino Unido y casi le costó un cuarto mandato a la canciller alemana Angela Merkel. El presidente Donald Trump dice que el sistema migratorio de Estados Unidos está "roto", y aunque algunos de sus oponentes pueden aceptar eso a regañadientes, hay pocos puntos coincidentes sobre cómo repararlo.
Para inspirarse en posibles soluciones, los estadounidenses pueden mirar a su vecino del norte, Canadá, que utiliza un sistema basado en puntos para evaluar a los migrantes económicos, un grupo que representa casi el 60 por ciento de su población inmigrante. El método, que tiene en cuenta criterios como la educación y la experiencia laboral, explica, entre otras razones, por qué solo el 27 por ciento de los canadienses considera que los inmigrantes son una carga para su país, el porcentaje más bajo entre las 18 naciones encuestadas en un sondeo del Pew Research Center publicado en marzo.
La migración es un reto con el que los países lidian alrededor del mundo con diferentes estrategias y resultados.
Ese amplio consenso a favor de la inmigración no existe en Japón, donde los inmigrantes representan menos del 2 por ciento de la población. Allí, el gobierno procede con cautela mientras implementa un permiso de residencia de cinco años diseñado para mitigar la grave escasez de trabajadores en varias industrias. En comparación, la respuesta política de Latinoamérica al éxodo venezolano ha sido precipitada e improvisada y amenaza con engendrar una clase marginada de trabajadores indocumentados. Las historias que aquí presentamos detallan cómo Canadá, Japón y Colombia están lidiando con la inmigración.
Japón abre gradualmente la puerta
Mexicanos trabajando duro en las plantas procesadoras de Estados Unidos; indios erigiendo construcciones en Dubái; niñeras filipinas cuidando a niños de Malasia. Todos son parte de los 164 millones de trabajadores inmigrantes estimados en el mundo, según la Organización Internacional del Trabajo. Los trabajos son a menudo difíciles y, a veces, peligrosos, pero las remesas que estos trabajadores envían a sus hogares hacen que valga la pena correr los riesgos. Japón, que durante mucho tiempo se resistió a la inmigración, comenzó a emitir visas temporales a trabajadores extranjeros no cualificados en abril.
Se prevé que la envejecida fuerza laboral de Japón se contraiga un 23 por ciento en los próximos 25 años y las vacantes de empleo ya superan a los solicitantes en una proporción de más de 3 a 1 en sectores como la construcción y la enfermería.
El nuevo programa otorgará permisos de residencia de cinco años a un máximo de 345 mil trabajadores poco cualificados en el próximo lustro. Para tranquilizar a los votantes conservadores, el primer ministro Shinzo Abe ha argumentado que el programa "no es una política de inmigración", ya que los trabajadores extranjeros no se quedarán allí. Lo que poco se comenta es que la ley permitirá que algunos extiendan sus visas indefinidamente y a la larga se instalen en Japón, siempre que aprueben evaluaciones de idioma y habilidades. Los detalles son vagos, pero abrir el camino hacia la residencia para carpinteros y soldadores representa un cambio radical.
La fuerza laboral del país se contraerá 23 por ciento en los próximos 25 años y por ello los migrantes se vuelven indispensables.
La fuerza laboral del país se contraerá 23 por ciento en los próximos 25 años y por ello migrantes se vuelven indispensables.
Van Linh Nguyen
Dejó Vietnam para trabajar en Japón
La inmobiliaria KI-Star Real Estate, al norte de Tokio, solía tercerizar los trabajos de construcción, pero la escasez de mano de obra elevó mucho los precios. En 2013, la empresa comenzó a traer carpinteros de Vietnam, donde la mano de obra es mucho más barata.
Van Linh Nguyen, originario de Hanoi, fue el primer contratado. “Metí mi solicitud a una agencia de empleos temporales que promueve el intercambio internacional”, cuenta. “Les pagué millón y medio de yenes por clases de japonés y por el viaje. Pedí prestado a mis tíos y al banco. Fue la mayor inversión que la familia había hecho y me llevó dos años pagarla”.
Hoy dirige una cuadrilla de 46 vietnamitas. "Quiero que se una a la gerencia", dice Mamoru Sonobe, jefe de la división de construcción de KI. La idea es factible, Nguyen tiene una visa que le permite trabajar en el país los próximos cinco años y luego ser residente permanente.
En cuanto a la idea de permanecer, “El 80 por ciento de mí quiere quedarse en Japón. Aquí es fácil, es cómodo. Hay hospitales, tiendas de conveniencia, las carreteras son seguras. No hay crimen”, dice.
Calificar para Canadá
Canadá recibió 321 mil 40 inmigrantes el año pasado, el mayor número desde 1913. Casi el 60 por ciento de ellos eran inmigrantes económicos elegidos por su potencial para echar raíces en una tierra donde las temperaturas invernales llegan rutinariamente a bajo cero.
El país no siempre tuvo una política selectiva en materia de inmigración. Pero en 1967 el gobierno introdujo un sistema de puntos que calificaba a los aspirantes a residentes según criterios como la edad, el dominio del idioma y las habilidades. El marco ha perdurado, aunque las reglas se han modificado para reflejar las prioridades cambiantes. Según un informe reciente de la OCDE, el enfoque de Canadá es "ampliamente visto como ejemplo de un manejo exitoso de la migración". Australia y Nueva Zelanda han implementado sistemas similares.
Al igual que muchas economías desarrolladas, Canadá enfrenta un escenario de bajas tasas de fertilidad y la jubilación de los baby boomers. Si la inmigración se detuviera por completo, la fuerza laboral perdería 100 mil trabajadores cada año a partir de 2026, de acuerdo con un informe del grupo de expertos Conference Board of Canada. De hecho, ya mismo, más de 580 mil puestos de trabajo en esta economía están sin cubrir.
“Canadá tiene una oportunidad de oro. Siempre hemos integrado bien a las diferentes culturas, siempre hemos sido una fuerza en términos de inmigración", apunta Chris Arsenault, socio de la firma de capital riesgo Inovia Capital Inc. Esa fuerza se refleja en la reforma de 2015 al sistema de puntos que introdujo una vía acelerada llamada Express Entry. Los candidatos completan un cuestionario en línea que determina si cumplen con requisitos mínimos. Si es así, completan un perfil detallado, que genera una puntuación usada para clasificarlos y los elegidos reciben una invitación para solicitar la residencia.
La inmigración se ha vuelto especialmente crítica para la industria tecnológica del país. El año pasado, 17 por ciento de los candidatos invitados eran ingenieros de software, analistas de TI o programadores informáticos. Casi la mitad procedían de India, seguidos por aquellos nacidos en China y Nigeria.
Osman Ansari
Obtuvo la residencia permanente cuatro años después de emigrar de Pakistán.
Osman Ansari trabaja como gerente de proyectos en la empresa fintech Koho Financia en Toronto. Llegó a Canadá en 2015 desde Karachi para estudiar. Obtener el estatus permanente fue, dice, un "camino accidentado". El trámite debió tardar seis meses, pero se extendió a once porque tuvo problemas para demostrar que tenía los medios para sostenerse. (Ansari no estaba trabajando en Koho cuando solicitó la residencia, y no tiene familia inmediata en Toronto, algo que le hubiera ganado puntos).
“Vengo de Pakistán, donde llevamos en estado de guerra desde el 11 de septiembre. Amo a Pakistán, es mi país, pero quería vivir en un lugar donde tuviera tranquilidad”, explica. “El plan inicial era migrar a Estados Unidos porque gran parte de mi familia vive allí. Pero hay incontables historias de terror sobre la inmigración en ese país, y el costo de los posgrados es simplemente descabellado. Comencé a investigar cuál era la mejor opción para mí en términos de inmigración, de perspectivas de trabajo, y Canadá fue la respuesta”.
“Me aceptaron en un programa de MBA. Solicité mi permiso para estudiar y llegó en dos meses, sin problema. Me mudé a Toronto. Me gradué en 2017 y califiqué para un permiso de trabajo por tres años”, relata. “Solicité la residencia permanente en septiembre de 2018. La aprobaron casi un año después. No lo podía creer. Fue un alivio, una inmensa alegría, y la sensación que uno tiene cuando consigues algo por lo que has trabajado tan duro”, añade.
Y remata, “He crecido más en este lugar de lo que hubiera crecido en cualquier otro. Puedes ser quien quieres ser, lo que quieres ser y donde quieres serlo, nadie te molesta. Me quedaré aquí mientras viva en este mundo”.
Los exiliados de Venezuela
Más de 4 millones de venezolanos han huido del país en los últimos años para escapar del hambre y la violencia. Todos los días, 5 mil más se unen a un éxodo que, a su ritmo actual, superará los más de 6 millones de refugiados de la guerra civil siria.
Los gobiernos vecinos se han reunido en varias ocasiones para abordar ese flujo de personas, una crisis que ha agotado los recursos e incrementado las tensiones en una región donde el crecimiento económico ha sido pobre en los últimos años. Pero, hasta ahora, las naciones sudamericanas no han logrado dar una respuesta coordinada. Lo que ha dado pie, en cambio, a controles más rigurosos para los inmigrantes.
Colombia ha sido la más afectada por la diáspora, recibiendo un millón 600 mil migrantes venezolanos, que ahora representan aproximadamente el 3 por ciento de la población; la cifra era casi nula hace cinco años.
Alrededor de 600 mil venezolanos en Colombia han recibido permisos para trabajar y acceder a la atención médica. Sin embargo, el gobierno prácticamente dejó de otorgarlos en diciembre del año pasado. Miles trabajan como repartidores de Rappi. Teleperformance SE, una compañía francesa que gestiona centros de atención telefónica y otros servicios al cliente, emplea formalmente a alrededor de mil venezolanos en sus oficinas en Colombia.
Nohemí Suárez
Huyó de la crisis en Venezuela y ahora vive en Bogotá
Originaria de Venezuela, Nohemí Suárez migró a Colombia en 2017. En su país natal estudió ingeniería industrial y trabajó en la industria petrolera. En Bogotá, la joven de 29 años, que recientemente renovó su permiso hasta 2021, trabaja como mesera y repartidora de Rappi.
“Trabajo de 07:00 a 16:00 como camarera, y luego voy al barrio de Rosales a esperar encargos de Rappi, termino a las 22:00. Diría que la mayoría de los trabajadores de Rappi ahí son venezolanos”.
“Decidí irme de Venezuela”, añade, “cuando vimos que no podíamos costear el desayuno, el almuerzo o la cena. Le envío dinero a mi madre. Mi objetivo es ayudar a quienes están allí, no para que yo coma bien y mi familia esté sin comer”.
“He perdido mucho: el tiempo con la familia y, con el paso de los años, he perdido mi juventud. Me hubiera gustado seguir trabajando en mi profesión y tener mi casa y mi familia y tener una vida estable en mi propio país. No soy la Nohemí de antes, la que salía con sus amigos, con sus colegas de trabajo. Aquí mi vida se ha convertido en una rutina monótona. No tengo vida social, porque en mi único día libre quiero descansar”.