«Mamá, mamá... ¿estás viva?»
Valentina surge de la nada entre los cascotes de su calle de Malotaranivka, un barrio de Kramatorsk, observando la sangre que le gotea de la mano y casi molesta por su torpeza. «No es nada, no se preocupe», dice chasqueando los dientes. «Es imposible no hacerse daño entre estas ruinas», protesta mientras escala y desciende montículos y repasa con la mirada el dantesco escenario en el que se ha convertido su calle, hace pocos días una zona residencial de la capital administrativa del Donetsk ucraniano y hoy una sucesión de edificios destrozados.
En medio del panorama, a sólo 25 metros de su casa, un ingente cráter de varios metros de diámetro y otros varios de profundidad disipa cualquier duda sobre el tipo de munición, un misil aéreo. «Estaba en el baño cuando ocurrió, y eso fue lo que me salvó», dice mostrando lo que queda del mismo. El techo ha volado y el retrete, el lavabo y la bañera están cubiertos de escombros. Con el tubo de la ducha, que escupe agua de forma constante, llena garrafas de plástico. «Cuando escuché la explosión, cerré los ojos y me senté en el suelo. Sólo recuerdo haber oído a mi hijo, que minutos antes había salido de casa, gritar. «Mamá, mamá... ¿estás viva?”», prosigue recorriendo lo que queda de su casa. «Menos mal que no estaba en la cocina», continúa. «Mire, volaron los muros y el techo. Han desaparecido el frigorífico, los fogones, la caldera y la lavadora. Ya ve cómo está la única pared que queda», explica arrancando literalmente trozos de yeso a medida que despega el papel pintado con motivos florales que antes decoraba la estancia. En el suelo, conservas caseras de tomate enmohecido son el único rastro de la función original del lugar.
Valentina tuvo suerte, dado que el edificio donde se abatió el misil se ha volatilizado. Otras 50 casas quedaron afectadas por la explosión que devoró la manzana entera, en una escena cada vez más frecuente en la menguante sección del Donbass en manos ucranianas cuya situación se deteriora día a día.
La feroz arremetida rusa, que ahora se hace fuerte en bolsones concretos para asegurar posiciones más pequeñas en lugar de sostener la táctica hasta ahora empleada y consistente en una ofensiva desde todos los frentes del Donbass, incluye cada vez más ataques aéreos, más mortales y destructivos, que destruyen la infraestructura, colapsan los servicios municipales y arruinan para siempre la vida de los desmoralizados vecinos que hasta ahora se negaban a marcharse, alegando carecer de a dónde ir. «Aquí jugaban mis hijos. Los he criado en esta casa. Ahora mi hija vive en Yakutia por trabajo, con mis dos nietos, y me pide que me vaya con ella, pero ¿cómo lo podría hacer? ¿Quién me va a dejar irme con ellos? Estoy esperando que se abra un corredor a Rusia, y entonces me marcharé con Natasha, porque aquí no tenemos ayuda ni nos queda casa. A mí no me queda ya nada».
La situación en Kramatorsk empeora a medida que la línea de frente se aproxima, algo que ocurre día a día dado que completar la ocupación del Donbass es prioritario para Rusia. En Limán, una pequeña localidad situada a pocos kilómetros de Slaviansk (la ruta natural a la hora de atacar por tierra Kramatorsk) la bandera rusa ondeaba ayer sobre el Ayuntamiento en un amenazante revulsivo que confirma el avance del frente. Desde la carretera que une Limán con Raigorodok, columnas de humo enturbiaban el horizonte y las explosiones de artillería se sucedían sin pausa de ambos lados del frente. «Ayer mismo, un proyectil cayó a sólo 70 metros de nosotros», explicaba un policía a cargo de un puesto de control que facilita el acceso de militares y ayuda humanitaria. «La situación es muy difícil allí ahora mismo, como se ve por las columnas de humo», proseguía. «Creemos que han traído fuerzas especiales para consumar el asalto, por el tipo de material nuevo que hemos encontrado. Los rusos están avanzando posiciones en el interior de la ciudad, y si lo logran eso les daría acceso a todo lo que nos queda de Donetsk», explicaba gráficamente el agente.
Sótano o ejecución
Camiones ucranianos llenos de munición cruzaban a toda velocidad rumbo a Limán y los carros de combate y ambulancias militares se desplazaban por la zona haciendo pensar que la supuesta retirada ucraniana de la que presumen los rusos aún no se ha producido. El sector norte de Limán sí ha sido ocupado: los hombres de Moscú habrían obligado a los residentes a encerrarse en los sótanos durante tres días bajo riesgo, en caso contrario, de ser ejecutados.
En la vecina Lugansk, la otra parte de ese Donbass anhelado por Moscú, unos 10.000 soldados rusos participan en la ofensiva contra las escasas ciudades en manos aún ucranianas y preparan lo que el Instituto de Estudios Bélicos (ISW) considera como «los preparativos finales de la Batalla de Severodonetsk, que incluye intenso fuego artillero, ataques aéreos y una ofensiva terrestre masiva destinada a cortar las líneas de comunicación de las tropas ucranianas».
El gobernador Serhii Gaidai admite que el 95% de la provincia ya está fuera de su control. Los rusos han tomado posiciones en el distrito sur de Toshkivka, al sur de Lisichansk, y en otros pueblos de la llamada carretera de la vida, única vía de evacuación desde las mencionadas ciudades y, sobre todo, desde Severodonetsk, capital administrativa del Lugansk ucraniano y objetivo de la actual ofensiva, cuya defensa se antoja ardua. Los vídeos que llegan de la ciudad coinciden con el dramatismo dialéctico de Gaidai, que habla de «una nueva Mariúpol» y de un intento de «borrar Severodonetsk de la faz de la tierra». Fachadas ennegrecidas cuyo interior parece haber sido succionado y montañas de escombros conforman las calles de la ciudad. Ayer, los ataques aéreos se sumaron al intenso y prolongado fuego artillero que se abate contra Severodonetsk de forma constante.
Los rusos, por su parte, hablan de «éxitos tácticos que amenazan con convertirse en éxitos operacionales», en una velada admisión de que se están cumpliendo los objetivos de someter al Donbass. En Lisichansk, la otra ciudad más importante de Lugansk aún en manos ucranianas, se vivió el miércoles un «sostenido y poderoso ataque de artillería» que mató al menos a una persona y en la vecina Ustinovka el fuego artillero mató a otros dos civiles más. Según Gaidai, la policía ha reemplazado a los servicios funerarios en Lisichansk para sepultar cadáveres y 150 personas han sido ya enterradas por los agentes en una fosa común en un sólo distrito de la ciudad. Uno de los proyectiles impactó contra un centro de ayuda humanitaria.
De caer Severodonetsk y Lisichansk, Bajmut, la primera localidad de la vecina Donetsk en su dirección, será la siguiente pieza a derribar. Los bombardeos se han incrementado como sucede en Kramatorsk, donde el recuerdo del ataque de la estación de tren, la masacre de 59 personas que llevó a la mayoría de la población a huir, se reaviva con cada nuevo ataque contra edificios civiles –al menos 350 centros educativos han sido bombardeados en la provincia de Donetsk, según las autoridades ucranianas– como el que el miércoles destruyó una sección de un edificio de viviendas de siete plantas milagrosamente sin víctimas.
Ayer, los vecinos desescombraban sombríos sus apartamentos en la calle Sofiyskaya, sustituyendo las ventanas y los balcones desintegrados por plásticos y planchas de madera y recogiendo vidrios rotos con los que llenaban los contenedores de basura. «Yo dormía en mi cama y me quedé sobrecogido por la explosión, aún sigo en shock», explicaba Serguei, un vecino, tras aparaar su coche cargado de material de plásticos. «Ni siquiera recuerdo cómo logré levantarme para esconderme en el pasillo, sólo sé que me dolían mucho las piernas. Si las cortinas no me hubieran caído encima, la oleada de cristales me habrían acribillado el cuerpo. No hay palabras para describirlo», añadía. A Nina Grigorievna, de 82 años, la explosión le sorprendió durmiendo en su sofá. «¿Por qué lo atacaron? No se me ocurre ninguna razón para hacerlo», se interrogaba la confusa anciana, que insistía en que no se irá de su casa. «No puedo ni bajar las escaleras de este edificio. ¿Cómo me iba a subir a un tren? No me iré a ningún sitio».