El Conde Negro
A Grande-Marlaska se le va quedando pequeño el mes de noviembre para su defensa. Los muertos y heridos apelotonados son una imagen que todavía va acompañar un trecho del camino político del ministro. Del otro lado de la valla, la frontera y la noticia, los ciudadanos españoles, a fuerza de verla repetida en todos los medios de comunicación, nos vamos acostumbrando a la escena de la masacre mientras leemos con atención el despliegue nominativo para referirse a las víctimas : «protagonistas de la tragedia», «inmigrantes subsaharianos» o «migrantes» a secas. En todo momento como viene siendo costumbre, se trata de eludir la palabra «negro». Pensaba en eso hace unos días a propósito de iniciativa de la Fundación Cajasol gracias al impulso inteligente de Arturo Pérez-Reverte y Jesús Vigorra de recuperar el Tenorio con un matiz : el seductor sevillano era representado por el gran Emilio Buale, un actor negro, quien reconocía que «poder interpretar a un Don Juan negro era un verdadero regalo; algo con lo que nunca había contado». Fue entonces uniendo fronteras, migraciones e injusticias cuando recordé al Conde Negro. Llamado Juan de Valladolid, negro portero de Cámara de los Reyes Católicos (¡en el siglo XV, no lo olvidemos! y no dejemos de mirar en ese mismo tiempo al resto de países europeos y su relación «legal» en la convivencia con otras razas) los monarcas le otorgaron el título de Mayoral de los Negros de Sevilla, es decir, crearon por primera vez en la Historia la figura de un juez de negros que tratase de solventar con justicia los asuntos internos de los negros y mulatos de la ciudad, ya fueran esclavos o libres, y además pudiese actuar como intermediario legal entre los esclavos y sus amos en una urbe portuaria y cosmopolita donde estaban censados más de 6.000 sirvientes negros esclavos o libertos, el mayor número de todas las ciudades europeas de la época. Según nos cuenta el cronista barroco Ortiz de Zúñiga : «Eran en Sevilla tratados los negros con gran benignidad desde los tiempos de don Henrique Tercero, permitiéndoles juntarse a sus bailes y fiestas en los días feriados, con que acudían gustosos al trabajo y toleraban mejor el cautiverio». Ante esto, tal vez debamos plantearnos si no será la desmemoria y el desprecio por el propio pasado la más terrible de las vallas fronterizas que hoy tiene España.