Ramón Franco y el polvorín de Marruecos
La fecha: 1916. Ramón Franco tuvo su bautismo de fuego: su columna ocupó Amersan y Asiles el Hach-el-Arbi, y él se distinguió por su valor en el cuerpo a cuerpo.
Lugar: Larache. Pero con veinte años y pese a su coraje, «Chacal», como le apodaban sus compañeros de trinchera, seguía luciendo las dos estrellas de segundo teniente.
La anécdota. Tampoco alcanzaría el grado de capitán hasta el 31 de agosto de 1920, con veinticuatro años; y no digamos ya el empleo de teniente coronel, con cuarenta.
Marruecos constituía para España, en la primera década del siglo veinte, un consuelo ante la reciente pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Era el último reducto colonial donde aún se recordaban las hazañas del general Prim en la guerra de 1859, y brindaba además una oportunidad dorada para mantener ocupado a un ejército repleto de jefes y oficiales.
¿Cómo llegó a organizarse aquel polvorín en el corazón de África? Eso ya era una larga y complicada historia. Al inicio del siglo, los jefes locales se levantaron contra el tirano sultán Abd el Aziz, que gobernaba Marruecos a su libre albedrío, recaudando impuestos sin límite. Las revueltas de Bu Hamara en el territorio que se extendía entre Fez y la frontera argelina, así como las de El Raisuli en las montañas de la Yebala, en el noroeste, atrajeron la atención de las grandes potencias europeas cuando el reparto de África aún no había concluido.
La influencia de Gran Bretaña en Marruecos era casi legendaria, volcada en garantizar el paso a través del estrecho de Gibraltar. Pero a los británicos les surgió pronto un temible competidor, Francia, ávida por controlar el sultanato marroquí para completar su imperio colonial desde África ecuatorial hasta Túnez. La coyuntura política favoreció los planes galos, pues Gran Bretaña acusó enseguida su desgaste por la guerra de los bóers, mostrándose dispuesta a sellar una alianza con el gobierno de París.
Finalmente, en 1904 los británicos cedieron ante las pretensiones francesas en Marruecos a cambio de que el territorio del otro lado de Gibraltar quedase en manos españolas, más débiles. En octubre, Francia cedió a España la parte septentrional de Marruecos, concediendo a Tánger un estatuto internacional.
Los franceses fueron conquistando el país, hasta establecer en 1912 su particular protectorado. Se acordó entonces que el sultán conservase el control político nominal del Marruecos tutelado por los franceses. Pero las condiciones, en el caso de España, diferían por completo, pues la autoridad local recaía en un representante del sultán, el jalifa o vicario, elegido entre dos candidatos propuestos por el gobierno de Madrid.
Los marroquíes consideraban vejatoria aquella condición, y no cejaron en su empeño de reconquistar su independencia, lo cual lograrían en 1956. Pero hasta entonces, muchos españoles como Ramón Franco Bahamonde, hermano del futuro jefe del Estado español, se jugaban la piel como jabatos combatiendo a bayoneta calada contra las feroces tribus bereberes en las áridas regiones montañosas del Rif y de Yebala, al oeste, donde estaba Tetuán, capital del protectorado. Precisamente en el Rif, cerca de Melilla, había sido sofocada la primera rebelión de al-Mizzian, el 8 de julio de 1909. La mañana de aquel día, una columna de moros de la cábila de Zubadona atacó a traición a un grupo de trabajadores de la Compañía Española del Rif que cimentaban un puente para el paso del ferrocarril sobre el arroyo de Sidi-Muza. Conocida la noticia, partieron de inmediato para el lugar fuerzas españolas de la guarnición que, pese a ser inferiores en número, lograron ocupar poco después las posiciones de Jebel Sidi-Amet el Hach, Atalayón y Sidi-Muza.
Mayor actividad bélica
Entre tanto, harto de su rutinaria guarnición de Ferrol, Ramón Franco era cada día más consciente de que la auténtica «fiesta» militar se celebraba mucho más al sur, en terrenos secos y escarpados, donde la vida valía más bien poco. Sin darse por vencido, seguía implorando a sus superiores que le enviasen a las unidades africanas de mayor actividad bélica y peligro.
Por fin, el 24 de junio de 1915, el alto mando pareció escucharle. Jamás en su vida había cumplido tan gustoso la orden de incorporarse al ardiente volcán de Larache, una ciudad portuaria al noroeste de Marruecos, en la margen izquierda del estuario del río Lucus, donde las primeras tropas españolas habían desembarcado cuatro años atrás para establecer el protectorado. Ramón Franco sabía muy bien que en el Cuadro de Larache, al que pertenecía el Regimiento de Infantería de Extremadura número 15, instalado en el Campamento del Mensak (Alcazarquivir), tendría oportunidad de medirse con los bravos guerreros bereberes, endurecidos por el combate y despiadados en la defensa de sus tierras. El 15 de abril de 1916 figura con relieve en la hoja de servicios de Ramón Franco. Aquel día tuvo lugar su bautismo de fuego a las órdenes del coronel Pedro Lozano González, con cuya columna ocupó las posiciones de Amersan y Asiles el Hach-el-Arbi. Ramón se distinguió por su gran valor en su primera acción cuerpo a cuerpo contra los duros soldados rifeños.
EL "CHACAL"
El 1 de mayo de 1916, Ramón Franco volvió a combatir con admirable arrojo a las órdenes del coronel Pedro Lozano González, conquistando esta vez las posiciones de Zinat y Sab-la. Pero con veinte años, «Chacal», como era ya archiconocido entre sus compañeros de trinchera, seguía luciendo aún el mismo grado de oficil y las mismas insignias de teniente con las que había abandonado la Academia dos años atrás. Sólo por estricto criterio de antigüedad fue ascendido el 25 de junio a primer teniente de infantería. Tampoco alcanzaría el grado de capitán hasta el 31 de agosto de 1920, con veinticuatro años; y no digamos ya el empleo de teniente coronel, a los cuarenta años nada menos, tras más de once años consecutivos como comandante. Toda una eternidad para un aguerrido oficial que se jugaba la vida casi a diario sin miedo a la muerte en las montañas africanas.