Aquella vez que el decano me vendió a la Seguridad del Estado
AREQUIPA, Perú – Ni siquiera los estudiantes universitarios están a salvo del escrutinio y el hostigamiento de la Seguridad del Estado en Cuba. En un minuto puedes entrar por la puerta de la Facultad de Comunicación, y al siguiente, literalmente, ser acosado por agentes de la dictadura castrista en total complicidad con el decanato.
La anterior situación no es hipotética, sino testimonial, y cobra especial relevancia esta semana, cuando se conmemora en la Isla el aniversario 65 de los Órganos de la Seguridad del Estado, el principal sistema represivo de los cubanos.
El Congreso
Ocurrió en el año 2015, cuando finalizaba la carrera de periodismo en la Universidad de La Habana (UH). Una tarde, mientras conversaba con un colega ya graduado, comentó que estaba próximo a realizarse el Congreso Internacional de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA por sus siglas en inglés).
Fundada en 1966, LASA es una organización prestigiosa con miles de miembros alrededor del mundo, principalmente académicos especializados en estudios latinoamericanos, como su propio nombre indica.
En aquella oportunidad, el Congreso era en Puerto Rico y participar suponía un desafío (sobre todo para un estudiante), pero también oportunidades, superación y experiencia académica.
Así pues, al adquirir la membresía en la asociación, envié mi propuesta para el evento, un panel sobre fuentes alternativas de información en la Isla o, en otras palabras, ¿cómo surgió y se popularizó el Paquete de la Semana con el que todavía se actualizan y entretienen los cubanos?
No pasó mucho tiempo antes de recibir una notificación de LASA aceptando mi participación. Si bien aquel fue un momento de realización personal, la noticia dio paso a una cuestión tan importante como la misma invitación: ¿Cómo llegar a Puerto Rico?
El protocolo en estos casos incluía contactar con Milagros, quien desde la dirección de la UH se ocupaba de nuclear y guiar a los académicos del país que hubieran sido seleccionados para el evento.
En una Cuba donde el mesero percibe tres veces los ingresos del médico y a ambos no les alcanza para llegar a fin de mes, los asuntos relacionados a trámites de viajes académicos y sus costos suelen ser asumidos por la institución o centro laboral vinculado al investigador.
Milagros me contó entonces que mi caso fue especial. Era el primer estudiante de Cuba que era invitado al Congreso. Aquello sonaba bonito, pero realmente su intención era informarme que, al no existir antecedentes, tampoco había un protocolo creado para los viajes de alumnos. Necesitaría una carta de mi decano que avalara el proceso.
Un personaje entrañable
El decano de la Facultad de Comunicación por aquellas fechas, Raúl Garcés, era un hombre que se movía con intención, caminaba por los pasillos siempre con prisa, ocupado, como quien persigue algo.
Nunca tuvimos mayor interacción que esos momentos de tropiezo en una escalera o de saludo cordial en un salón. Sin embargo, tenía una postura medio encorvada, casi tímida, una voz cálida. Por alguna razón me parecía un personaje entrañable.
Cuando le comenté sobre mi situación, el decano estaba inclinado sobre una mesa de un aula, y miraba sin pestañear al suelo. Al levantar la vista, me dijo que se informaría del tema.
Su respuesta eventual resultó en una negativa, justificada con el mismo argumento de la falta de antecedentes. Como replica no me convenció, intenté apelar vía correo electrónico a la autoridad superior, el rector de la universidad.
La siguiente vez que supe de Garcés fue en una llamada telefónica, en la que me citaba en su oficina a las 9:00 de la mañana. Aunque no detalló las razones, intuía que era para conversar del tema del Congreso de LASA.
Traté de ser puntual. Llegué temprano a la facultad y fui directamente a la oficina del decano. Me recibió con un apretón de mano y un ademán que señalaba una puerta.
La emboscada
Accedí a un despacho amplio, con una mesa grande y varias sillas. Unas tres personas estaban esperándome, de las cuales sólo conocía a una. Armando Franco, entonces presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), ocupaba un puesto entre otros dos hombres maduros.
Desde mi retaguardia Garcés presentó a los individuos, agentes de las Seguridad del Estado. Uno de ellos, con el ceño fruncido, se presentó como Lázaro y sin más preámbulo, el decano cerró la puerta.
Desde luego aquel giro de los acontecimientos me dejó un poco desorientado. No lograba entender por qué estaba ahí, ni de qué manera estaría ese encuentro relacionado con mi participación en el Congreso o el tema de mi investigación.
Lo que vino después fue un interrogatorio similar a los que ya han trascendido dentro de la Isla en boca de opositores y activistas. Preguntaron incisivamente sobre asuntos personales y hasta íntimos, el ingreso a LASA y perspectivas a futuro.
Hacia el final, dijeron que “desafortunamente” ese año no podría asistir al evento. No obstante, “dado mi interés”, querían hacerme una propuesta. Según los agentes, un próximo Congreso iba a Celebrarse en Nueva York, donde “podrían pasar cosas importantes” y me ayudarían a participar si trabajaba con ellos.
El intercambio duró unos 10 minutos y terminó cuando rechacé la oferta. En todo momento Armando, el de la FEU, mantuvo una postura de testigo silente. Al abandonar la estancia, Garcés estaba fuera, pero tampoco dijo mucho. Eso sí, mencionó que escribirle al rector fue inútil. Su decisión no iba a cambiar, pues ellos eran amigos.
Más allá de la incomodidad y lo traumático, aquel episodio pareció surreal, ¿Cómo es que un estudiante termina arrinconado de manera arbitraria por represores de un régimen? ¿Cómo un triunfo académico, lejos de ser motivo de orgullo para un alma mater, se convierte en una afrenta? ¿No son los decanos quienes deben velar por la seguridad y el bienestar de los alumnos? ¿De qué manera se concertó esa audiencia? ¿Quién llamó a quién? ¿Qué rol tenía la FEU en todo aquel incidente? La sordidez.
Hoy en día Raúl Garcés ya no es decano de la Facultad de Comunicación, sino parte del equipo que representa a Cuba en las Naciones Unidas. Por su parte, Armando Franco llegó a ser directivo en la revista estatal Alma Mater.
Aún consciente de que no había hecho nada malo o ilegal, luego de aquel suceso desagradable me persiguió por algunos meses una sensación nerviosa y de inseguridad. Nunca llegué a ir a un Congreso de LASA, como tampoco pude ver a la universidad con el mismo velo de inocuidad.
Han pasado nueve años y este martes en la Sala Universal de las Fuerzas Armadas (FAR), el dictador Miguel Díaz-Canel resaltó que el pueblo cubano “admira” al cuerpo de la Seguridad del Estado.
“La historia de los Órganos de la Seguridad del Estado es de lo más fascinante, inspirador y patriótico que puede encontrarse en la historia de Cuba”, aseguró.
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