Los cubos de agua, garbanzos o lentejas no son nada con lo que tienen que soportar los clientes del restaurante El Pasaje, en pleno barrio de Santa Cruz, de parte de un vecina 'molesta' por la terraza en la parte superior del establecimiento. Desde hace un mes, el tiempo que hace que el negocio abrió la última planta del edificio con vistas a la Giralda, la dueña del piso de enfrente se dedica a boicotearles con unas armas que afectan al resto de locales, habitantes y miles de turistas que pasean por sus estrechas calles cada día. La propietaria de la vivienda se queja de que la actividad hostelera invade su intimidad al dar los balcones de su dúplex a la terraza. Pero, paradójicamente, la mujer, que es madre, emplea en su cruzada una táctica que la deja totalmente al desnudo. Literalmente. El asunto ha llegado, y tiene visos de que sólo acaba de empezar, a la Policía Local. La mujer ha introducido en su campaña de derribo a los comensales de El Pasaje, del que en otro tiempo era clienta, los ruidos. Los más llamativos, los de lo que parece ser una película porno , mezclándose los jadeos con las conversaciones y el trasiego de platos de cualquier velada en una terraza con vistas a la Giralda. Unos sonidos que violentan a clientes y a cualquier paseante del barrio, además de los que viven allí. «Imagina estar cenando con tu pareja y escuchar eso de repente», dice Fernando Pazos, uno de los propietarios del restaurante, que lamenta que ya ha habido clientes que se han marchado ante tal espectáculo . Además de las escenas porno, la denunciada pone a todo volumen sonidos de animales como perros y burros , así como pitidos agudos o sirenas de bomberos. De igual forma, apunta el dueño de lo que otrora era un bar de copas, la mujer ha arrojado elementos de todo tipo e increpa a la clientela. «Se pone a gritar: 'No entréis, no entréis', comida asquerosa'», cuenta sobre una situación que asegura se está volviendo «insoportable». «Gestiónalo a tu manera, pero no con este ensañamiento que molesta a todos», dice Isabela, que trabaja en la tienda 'La flor de lis', justo debajo del inmueble donde vive la señora. El idílico entorno está además contaminado por unas pancartas, escritas en castellano e inglés, donde la vecina ataca duramente a El Pasaje: «Tu codicia no nos deja dormir» o «Si me ves violas mi intimidad» son algunas de las gruesas palabras con las que tienen que convivir los trabajadores del bar y quienes pretenden disfrutan de una agradable comida. La mujer ha subido el nivel de la afrenta asomándose en al menos dos ocasiones a la ventana ofreciendo a los clientes un desnudo integral , denuncian los responsables del bar. También ha utilizado a su hija menor, quien sale alguna vez al grito de «turistas fuera». El resto de inquilinos del inmueble son un sacerdote y su hermano en el primer piso, y quienes alquilan un apartamento turístico situado en la parte alta y, curiosamente, propiedad de la mujer. Ante tal comportamiento, los responsables del restaurante han llamado en varias ocasiones a la Policía. La última vez fue este mismo jueves y acabó en una denuncia voluntaria porque cuando llegaron los agentes ya había apagado la grabación porno que disturba cada noche al corazón del barrio de Santa Cruz. Los propietarios del restaurante se muestran especialmente apesadumbrados por la campaña de difamación que la mujer ha emprendido en redes sociales y en las páginas de valoración como Tripadvisor, con comentarios negativos a la comida y el servicio. A El Pasaje, al menos, le consuela el apoyo del resto de vecinos, canalizando el asunto a través de la asociación vecinal del barrio. El restaurante cuenta con tres plantas. En la segunda, los responsables mantienen bajadas las persianas para no 'molestar' ni que sus clientes sean molestados por esta sobrevenida enemiga. El piso superior, que la gerencia abrió para suplir las mesas que perdían con la nueva ordenanza de veladores, está completamente entoldado, tanto en los laterales como en la cubierta de la azotea. Ésta es la única parte que abren de noche para dejar pasar el aire y disfrutar de las vistas a la Giralda. De igual forman, aseguran, tratan de pasar a esta parte los servicios más tempranos de forma que puede ser clausurada en torno a las 11 de la noche. Las mesas están dispuestas de dos en dos para evitar grandes grupos que puedan ocasionar mayores murmullos. No hay música ni se sirven copas para la sobremesa. Un gesto no obligado por su parte que, sin embargo, no deja satisfecha a la vecina que ametralla cada noche con sus películas. Pornográficas.
