Los ATS que hacían prácticas en las Cinco Llagas regresan 50 años después: «Nos decían pinchaculos»

Antes de implantarse la carrera universitaria de Enfermería, hubo varias promociones de Ayudantes Técnicos Sanitarios (ATS), como se llamaba en los años setenta y ochenta a quienes hacían esta labor, que lucharon por el prestigio académico de su profesión. Una de las más combativas, la de 1969-1972, regresó este martes al antiguo Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, actual sede del Parlamento de Andalucía, para conmemorar sus bodas de plata. De los 150 que terminaron sus estudios hace 50 años asistieron a este reencuentro unos 80 (el resto tiene problemas familiares, de movilidad o de salud que les impidieron ir, o simplemente murió), aunque todos los asistentes recordaban como si fuera ayer casi todo lo que vivieron durante esos tres años en el edificio entonces frío y deteriorado por el que hoy transitan consejeros del Gobierno andaluz, diputados, políticos, chóferes, escoltas, asesores y periodistas. Ángela Otero, que trabajó en Neurología del Virgen del Rocío hasta su jubilación, tenía entonces 18 años: « Aquí ponían a todos los presos enfermos que venían de la cárcel« , señala el aparcamiento interior donde reposan ahora flamantes coches oficiales de alta cilindrada. «Los había de dos tipos, los muy graves y los menos graves, pero siempre había policías custodiándolos. Un preso les vendía tabaco, no sólo a ellos sino a todo el hospital». Los estudios sanitarios para convertirse en ATS duraban tres años y se podían iniciar desde los 16 (no hacía falta llegar a sexto ni aprobar la reválida, aunque había un examen de ingreso). En esos años postreros del franquismo no existía el Policlínico (hoy Virgen Macarena) ni el Virgen del Rocío («García Morato», como se llamaba, sólo tenía un edificio de los cuatro con los que hoy cuenta). Y Las Cinco Llagas era el hospital de la Facultad de Medicina. La enseñanza en aquella época tenía poco que ver con la de ahora y los estudiantes de primero empezaban a hacer prácticas desde el primer día con un estudiante de segundo que los asesoraba. Era como lanzarse al ruedo a torear sin haber visto nunca un toro, aunque los pacientes tampoco eran como los de ahora. « Eran pacientes en el sentido más literal del término y todos eran muy buenos y agradecidos. Recuerdo que muchos decían: «¡No te preocupes, niña: pincha ahí que ya encontrarás la vena!». Y a pesar de su inexperiencia, casi siempre la encontraban. Cuenta Mari Carmen Alcalde , compañera de promoción de Ángela, que a muchos ATS les decían entonces «pinchaculos». Poner inyecciones y hacer curas eran las labores más frecuentes que les encargaban, aunque hacían otras muy valoradas por los enfermos, cariño y compañía, algo que la tecnificada medicina actual no valora demasiado.  «Ahora se hace mucha medicina defensiva, muchas pruebas, y no hay tiempo para la exploración clínica, para estar con los pacientes, como pasaba antes, porque todo está ahora muy masificado«, dice Ángela. Esta promoción dio el do de pecho para que Enfermería f uera una carrera universitaria y no una Formación Profesional, como pretendían algunos responsables políticos de la época. Hicieron protestas y encierros y, junto con otras promociones y algunos aliados del mundo de la medicina, lograron su objetivo y el prestigio académico del que carecían. El social siempre lo tuvieron. Bodas de oro Los ochenta ATS de la promoción de 1972 durante su reencuentro con el lugar donde hicieron sus prácticas hace cincuenta años Raúl Doblado En los años setenta casi todos los aspirantes a ATS e ran mujeres y en el Hospital de las Cinco Llagas todas debían llevar zapatos de tacón y una cofia en el pelo en la que una rayita pintada indicaba el curso que hacían (una si era primero; dos si estaban en segundo; y tres si terminaban ese año). Además, debían vestir una capa, un uniforme, unas medias y un delantal que debía cubrirles las rodillas sí o sí. Si se les olvidaba ponerse las medias o el delantal carecía de la medida adecuada y dejaba entrever algo del muslo, les podían quitar una semana de vacaciones. Es lo que cuenta Ángela. También les cobraban el material que pudieran romper en su ejercicio profesional. «Una vez se me rompió un termómetro y me dijeron que tenía que pagarlo. Naturalmente me negué pero algunas pagaban por miedo», dice Mari Carmen.   «Unas monjas -recuerda Nati Salazar, una de sus compañeras- se encargaban de que estas normas se cumplieran y de que se aprovechara todo el material. Se hervían las agujas de las jeringas y las tetinas de los biberones, y el suero que sobraba de un paciente se ponía a otro. Todo se aprovechaba». Ángela llegó a hacer vendas de yeso en el antiguo hospital y recuerda que llegaban muchos niños con tétanos y tuberculosis. «Hasta tuvimos una epidemia de cólera y tuvimos que vacunar a un montón de niños«. Los cadáveres de los pacientes sin familiares conocidos eran trasladados de noche hasta la cercana Facultad de Medicina para que los estudiantes experimentaran con ellos. Donados para la ciencia y el aprendizaje de futuros médicos. «Había muchos pobres entonces, pobres de verdad, y mucha gente vivía en la calle», dice Nati. El machismo imperante aquella época, donde las mujeres necesitaban el consentimiento del padre   o del marido para sacarse el pasaporte, llegaba a extremos inimaginables hoy. Se consideraba una función de las ATS ponerles la bata a los médicos (casi todos hombres) o llamarles de usted mientras ellos podían tutearlas. «La primera vez que un médico se dio la vuelta para que yo le pusiera la bata -cuenta Mari Carmen- le dije que eso sólo lo haría si él tuviera 90 años o le pasara algo en los brazos. La enfermera jefe me amenazó con echarme y le dije que si me echaba por eso iría a los periódicos. Creo que el médico aprendió a ponerse solo la bata«.   Esto ocurrió hace muchos años y siendo Mari Carmen la mujer de un médico: «A menudo nos presentaban así, como la mujer de tal, y yo siempre decía que yo que era enfermera, no la mujer de nadie, ya fuera de un médico o de un barrendero«. Otra cosa a la que se negaron Mari Carmen, Nati, Ángela y muchas de sus valientes compañeras de promoción (todas superaron un examen de convalidación para convertirse en Diplomadas Universitarias en Enfermería, es decir, enfermeras con todas las de la ley) era al tuteo condescendiente de los médicos. « Ahora cuesta mucho creer que esto pasara, pero entonces era así. Recuerdo que yo tenía que hacerle la cama a mis hermanos«, cuenta Loles López, que se declara muy agradecida a su padre, un hombre adelantado a su época. «Estudié ATS porque él se empeñó en que yo estudiara y fuera independiente, a diferencia de mi madre, que prefería que buscara un marido que me mantuviera», cuenta. En aquella época el machismo casi no tenía género y había madres que asumían esos roles sin cuestionárselos: «É ramos ocho hermanos, cinco chicas y tres chicos, y mi padre nos decía que todas teníamos que estudiar para no depender de ningún hombre«. La abuela de Loles fueuna mujer maltratada y su marido (el abuelo de Loles) acabó asesinándola. »Mi padre siempre defendía a su madre y no quería que a ninguna de sus cinco hijas le pasara lo que a ella«, cuenta. «Los pacientes eran pacientes en el sentido más literal del término y todos eran muy buenos y agradecidos con nosotras, que no teníamos ninguna experiencia. Recuerdo que muchos decían: »¡No te preocupes, niña: pincha ahí que ya encontrarás la vena!«.   Ángela Otero Enfermera jubilada «Había mucho machismo en aquella época y nos decían que teníamos que los ATS debíamos ponerle la bata al médico. Yo me negué y la enfermera jefe me amenazó con echarme pero le dije que lo contaría en los periódicos» Carmen Alcalde Enfermera jubilada «Las monjas lo aprovechaban todo, hasta los sueros que sobraban de un paciente, que se lo pasaban a otro. Lo hervíamos todo: las agujas de las jeringas, el sistema de goteo y hasta las tetinas de los biberones» Nati Muñoz Enfermera jubilada En cada uno de los pabellones del antiguo hospital de las Cinco Llagas había 25 ó 30 camas, donde atendían a cualquier enfermo, y una clínica privada, la de la Esperanza, donde sólo estaban los pacientes que podían pagar. «Aquella estaba mucho más cuidada y contaba con mucho más material que el resto , pero nosotras nos desvivíamos porque nuestros pacientes tuvieran todo lo que necesitaban dentro de lo que había«, cuenta Ángela. Seguramente también serían algo más agradables y empáticos estos enfermos que los de pago. Ángela y Nati recuerdan mucho las «velas», como denominaban a las guardias nocturnas. «Teníamos que recorrer todos los pabellones, llenos de enfermos, con un frío inmenso porque no había ningún tipo de calefacción y un poco de miedo por lo grande que era todo y lo oscuro que estaban esos enormes pasillos. Al final de todos los pabellones había una mesa con unas jeringas que se hervían para ponérselas a los enfermos. Pinchábamos a todos los pacientes y luego ellos se quedaban completamente solos. No había un solo médico y tenía que pasar algo muy grave para que se llamara a alguno«, cuentan El primero sueldo de Ángela fue de 12.500 pesetas. «Después de lo que viví en mis prácticas y con los medios y material que encontré en García Morato, me sentí como si ese dinero m e lo hubieran regalado«, asegura. Ella y sus compañeras rondan o superan los 70 años pero aparentan menos; ellos, sin embargo, (son los menos), aparentan su edad. O más.